viernes, 3 de enero de 2014

LA BELLA Y EL BESTIA (primera parte):

ÍNDICE GENERAL: Pulsando el siguiente enlace, se llega a un índice general, que contiene los artículos que hemos editado en “DEL CIPANGO AL SPANGO". PARA LLEGAR A ELLOS, hacer clik sobre:  https://delcipangoalspango.blogspot.com/2023/01/indice-de-articulos-de-del-cipango-al.html

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SOBRE ESTAS LÍNEAS: Una foto mía cuando tenía unos dos años, tomada en la casa donde vivíamos por entonces -en el centro de Madrid-. Allí, en un sexto piso, pasé gran parte de mis horas hasta cumplir los siete, momento en que nos trasladamos a Pozuelo. Debido a ello, mi primera infancia transcurrió entre estas cuatro paredes del llamado cuarto de juego (o "leonera") de Doctor Castelo 42. Otros lugares que frecuenté en aquellos años fueron: El campo y calles de Madroñera, un pueblecito situado en las cercanías de Trujillo; donde íbamos a pasar todas las Navidades y la Semana Santa. Seguido de Benidorm, población en la que vivíamos los veranos de niños; villa y playa que por entonces era un precioso puerto junto al mar, de unos quinientos habitantes y no muchos más veraneantes (hablamos de hace ya, medio siglo).
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De todo ello y de alguna cosa más, hablaremos en esta entrada que encabezamos con la foto superior en la que salgo a los dos años y ya con corbata... . Mirando la imagen veo que en verdad mi cara, poco o casi nada me ha cambiado -y es que nací con rasgos de bestia-; aunque la variación mayor fue la corbata, que comencé a quitarme con treinta y tantos. Por lo demás, la cara de animal con la que vine al mundo era de tal calibre, que cuando me llevaron a bautizar se asustó el cura al verme esa pinta (pesaba casi cinco quilos). Aquel sacerdote -un trinitario llamado Fray Juan de la Trinidad, de origen vasco, confesor de la familia y que normalmente tenía muy buenas costumbres-; preguntó a mis padres si "el bicho ese" no mordería, al echarme el agua... . Solo cuando mis progenitores le contestaron que todavía no tenía dientes, porque había nacido una semana antes; se atrevió a tocarme y tras ello dijo: "-¡Menuda pinta de bestia. Este llegará por lo menos a ministro!-".
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Para colmo, tenían por costumbre vestirme con corbata a diario (algo que recuerdo perfectamente como me resultaba de odioso). Pese a ello, mi niñera Ramona -que era un amor de mujer-, me cantaba una melodía que me divertía y con la cual se hacía soportabe el suplicio de vivir encorbatado desde las primeras horas de la mañana.
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La cancioncita decía:
-"Tengo una corbata que me llega hasta la pata,
y tengo un corbatín, que me llaga hasta el pitín"-
Tras entonar aquel himno mañanero, cual si fuera un "toque de Diana"; me dejaba poner el "collar" o el "cencerro ese" , y salia dispuesto a pasar el día vestido de enano.
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Era por aquel entonces cuando me llamaban Zanahorio, dada las cantidades de este tubérculo que ingería; habida cuenta que en vez de caramelos o de chicles, consumía a todas horas zanahorias (a palo seco). Tanto fue así que me compraron ese gusano de plástico grande con el que aparezco en imagen y que también se llamaba "el zanahorio". Así, como fui el hermano pequeño -con una gran diferencia de edad entre los tres que me precedían- y uno de los primos menores, solo me caían motes. De ello, por aquel entonces tuve por sobrenombres algunos que recuerdo como: Currucaco, Cacarulo, Caraculo, Mediometro o Zanahorio. Tal fue mi cacao mental -al no saber ya a qué denominación atender- que un día en que me perdí en El Corte Inglés, tras ser recogido por los de "seguridad" y al avisar por los altavoces (para que vinieran por mí). Al preguntarme mi nombre, les dije que me llamaba -"Zanahorio, Currucaco, Caraculo, Cacarulo y Mediometro etc."-. Evidentemente, mi madre no tuvo dudas de que aquel al que se estaban refiriendo era su hijo... . Allí me encontró, auque tuvo que pasar un poco de vergüenza para explicarles como se llamaba su nene y por qué yo no lo sabía.
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ABAJO: Dia de nuestra boda en 1991. Durante mi vida y hasta el momento en que encontré mujer recorrí un "camino tortuoso". Todo lo que fueron problemas y desengaños hasta hallar a Chiho; con la que la vida me regaló como al lotero que no consigue vender un cupón, haciéndole caer todos los números premiados en los boletos que se tuvo que quedar. En la entrada de hoy narraré mis andaduras de la infancia, habida cuenta que de novias y cosas más serias no se debe de hablar. Siendo así, en el capítulo de hoy cuento mis infortunios de amor durante la más tierna infancia. Una etapa que comienza con mi inicial enamoramiento hacia mi niñera Ramona (cuando yo tenía tres años y ella veinticinco). Siguiendo con la sustitución de ella por su hermana Jose -cuando me sentí traicionado el día en que Ramoni "se me" casó-; pasando luego a diferentes amores de verano e invierno fracasados (casi todos entre las amigas de mis hermanas, que me sacaban siete u ocho años de edad).

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Ya conté en anteriores ocasiones cual fue mi primer amor frustrado. Ella se llamaba Ramoni y no podía ser más buena y cariñosa; yo tenía entre dos y tres años (la edad aproximada en que me fotografiaron en la primera imagen que podemos ver al encabezamiento de la entrada). Trabajaba cuidándome en casa y tales eran los besos y atenciones que recibía de aquella mujer, que mi corazón quedó completamente prendado. Tanto, que casi todos los días y cuando íbamos al Retiro (donde me sacaba a pasear) yo le robaba una flor, un cardo o una rama -de aquellos jardines "intocables"-, para dársela en prueba de nuestro cariño mutuo. Hasta unas algarrobas le entregué en una ocasión en la que no encontraba nada para llevarle; pues en cuando allí pisabas las plantas -o tocabas las flores-, pronto venía un guarda con un silbato y gritando... . Fue tal la risa que le dió a Ramona al ver el ramo de algarrobas, que aquello me enseñó de por vida cómo a las mujeres no les importa el dinero -ni la cuantía del regalo que se les hace-, prefieriendo la imaginación a la cortesía y la locura de amor, a la cursilería.

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Éramos felices Ramona y yo, paseando a diario por aquel parque que fue de los reyes Habsburgo, hasta que un día desafortunado vino a acompañarnos "un tal" Juan. Hombre de bien, un poco gordito y tan cariñoso como ella; me explicó que se trataba del novio de mi Ramoni y que por ello se acercaría de vez en cuando a hacer con nosotros aquel camino diario entre las flores. Desde ese momento ya no le llevé regalo alguno a quien pensé me había traicionado... Y no solo eso, sino que decidí preguntar "al tal", Juan cual era su profesión (por ver si podía competir en darle un mejor futuro a su prometida). Él me dijo muy cortesmente que trabajaba como joyero, tras lo que le comenté que me venía fenomenal pues así me podría hacer la sortija y anillos, cuando yo me casara de mayor con le que ahora era su novia. Ambos soltaron una risotada de cuidado, tras lo que me escapé lejos, corriendo y muy enfadado. Tuvieron que ir por mí a toda prisa, mientras yo huía para estar en soledad, a llorar y para no volver ya más al hogar -habida cuenta mi tremenda pena-.
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A trancas y barrancas me lograron sujetar para regresar desde el parque Retiro hasta nuestra casa (que distaba unos cinco minutos); y en el camino ya Juan se hartó del niño porque le iba dando puñetazos en los "cataplines". Nada me extrañó (ni ahora ni antes) de esta "hartuna", pues era tal mi actitud de impertinencia, que yo hubiera soltado algún buen bofetón a un nene así. Por mi parte, decidí no volver a salir con Ramona nunca más y menos hasta el Retiro, a pasear con su novio Juan. Tampoco quería visitar jamás con ella la "Casa de Fieras" -que era como se llamaba el mini zoológico maloliente que este parque guardaba, al cual íbamos de contínuo-. Ni siquiera me quedaban ganas para llevar al elefante Perico del Retiro los los restos de mi bocadillo, que siempre le regalaba -un paquidermo cosmopolita y urbano, cariñoso con los niños que era el centro de esa Casa de Fieras y al que un canalla decidió envenenar, dándole a comer plátanos con cristales machacados-.
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Sea como fuere, el asunto me costó varios azotes y regañinas por portarme mal con Ramona y peor con su novio Juan; todo lo que me obligó a transigir... . Saliendo pocos días después a pasear junto a ambos por el parque, como si nada hubiera pasado; pero sintiéndome el hombre más desdichado y engañado de la Tierra. Para paliar mis manías y mis tristezas, el bueno de Juan me compró una bufanda del Real Madrid y me llevó varias veces al fútbol; algo que me hizo ver cómo si no puedes con tu enemigo, es mejor siempre aliarte con aquel (ya que al menos así se consiguen "sacar cosillas"). Pese a todo, el día llegó y Ramona se fue de casa para siempre. Por la situación vivida, estaba prohibido expresamente por mi madre que yo asistiera a la boda -temiendo el "pollo" que pudiera allí montarles-; así que en mi soledad de aquellas jornadas, me debatí llorando durante días, escondido entre las cortinas de casa y dejando sábanas y almohadas como si hubiera caido el mismo Diluvio. Debido a que por aquel entonces y tan solo con tres o cuatro años, me sentía ya un hombre acabado.
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SOBRE ESTAS LINEAS: Final del Verano de 1964, con unos tres años recién cumplidos. Eran estos días, aquellos felices en los que me enamoré de Ramona (mi niñera), quien poco después "me dejó" y se casó con Juan -su pobre novio, al que yo traía frito haciéndole mil perrerías pretendiendo apartarle de ella-. No pude conseguir entonces superar la barrera de la edad, habida cuenta que nos separaban más de veinte años y yo no tenía más de cuatro... . Cuando ella se casó, fue mi primer desengaño y creí por ese tiempo que jamás lo podría superar (aunque yo no había llegado ni a entrar al colegio). Pero con gran sorpresa, vi cómo entraba a sustituir a Ramoni su hermana Jose; que era aún más guapa y joven. Tanto que en unos pocos días conseguí reponerme del duro trance que había supuesto el matrimonio de mi primera "novia platónica".
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ABAJO: Verano de 1966, con cinco años y ya con un nuevo amor en mi vida. Como podemos ver el rostro es feliz y de conquistador; en la plenitud de mi edad y con la alegría de haberme podido reponer del primer desengaño. Pese a ello, y como la felicidad nunca puede ser eterna, los problemas volvieron; tanto que "mi Jose" se echó novio. Otro varapalo irremediable, del cual ya di cuenta en un artículo escrito hace años, cuyas consecuencias y circunstancias resumiremos a continuación.
PARA QUIENES QUIERAN LEERLO VER:
"Luis Miguel Dominguín (Papá quiero ser tororero").
DE "Añoranzas, recuerdos y semblanzas"
ACCEDER PULSANDO EN: http://recuerdosyanoranzas.blogspot.com.es/2011/01/luis-miguel-dominguin-papa-quiero-ser.HTML
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.Tal como decíamos, ya he narrado en otras circunstancias esta triste historia sobre el segundo de mis amores, que creí había llegado a mi vida para siempre (subsanando el daño de mi primer "descalabro"); aunque pronto tuve que comprender que iba a correr el mismo destino. Como bien dije y he contado, ella se llamaba Jose y la consideré "definitiva", pues se trataba de alguien mucho más cercano en edad. Ya que si entre Ramona y yo había unos veinte años (cuando yo solo tenía tres), desde aquel nuevo amor y mi persona apenas nos separaban unos trece -teniendo yo cumplidos ya los cinco-. Pero no supuse que este de trece no solo era mal número, sinó aún una cifra muy lejana para enamorar a una mujer; siendo casi imposible que una chica se fijara en quien apenas había empezado a andar solo. Tanta fue mi humillación que un día contando mi trágica situación a otra de sus hermanas (llamada Isabel), ella quiso hacerme ver mi juventud diciendo: -"Pero Ángel, si hace poco te hacías caca encima... ¿Y ahora quieres tener ya novia?"-. Aquello fue para mí peor que una puñalada en pleno tórax; al recordarme que me habían quitado los pañales apenas unos años antes... . Además, siendo tan indiscreto el comentario precisamente cuando le pedía ayuda para conquistar a su hermana.

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Fue así -y como ya conté- que al vivir bajo nosotros el Sr.Corrochano (quien era uno de los más prestigiosos periodistas y escritores taurinos), en aquella casa de Doctor Castelo 42 no dejaban de subir y bajar toreros por su escalera y ascensor. Unos para hablar y contactar con el vecino del 4º (el afamado redactor) y otros para pedirle ayuda y consejo; con el fin de lograr buenos apoderados, o que les promocionaran en el mundo del ruedo. Sea como fuere, hubo entre ellos al menos uno, que al ver a la bellísima Jose -que tan bien me cuidaba- se quedó tan prendado como yo de ella. Se llamaba Paco Bautista y venía por las tardes a casa de Corrochano a torear de salón y a prepararse, antes de tomar la alternativa. Su valor era tal, que había decidido donar su corazón en caso de sufrir una grave cogida; un hecho y voluntad torera que había impactado entre los aficionados madrileños -puesto que poco tiempo antes, en Sudáfrica, ya habían realizado los primeros trasplantes de este órgano-. Evidentemente, ante tal "competencia" tuve que tomar unas medidas drásticas para que Jose no se fijara en él:
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La primera fue la de decidir ser igualmente torero y hacerme con un capote y una muleta a mi medida. La segunda -tras entrenar duramente y a diario- fue pedir yo también ayuda a una figura del "arte de Cúchares", para que me promocionaran. Siendo así, vi el cielo abierto al saber que mi padre había trabajado como arquitecto en varias ocasiones para Luis Miguel Dominguín; por lo que decidí solicitarle que me llevara hasta el maestro, con el fin de hacerle una demostración y que me apoderase. Para ello entrené duramente día y noche, con los pesos y los trapos (incluso con banderillas de pega); en el Retiro y donde fuera. Todo, junto a Paco Bautista, quien me había ayudado a hacerme con los aparejos de tamaño niño -sin saber que yo los adquirí para conquistar el amor que "nos disputábamos"-. Nada le dije acerca de mis intenciones y del por qué yo también había decidido ser torero (era mi secreto); siquiera di cuenta que iría a ver a Luis Miguel Dominguín, para que me promocionase -al igual que hacía con él Corrochano-. Así, tras meses de preparación y viéndome ya dispuesto, mi padre me otorgó el deseo prometido; llevándome hasta cerca del depósito de Somosaguas, donde vivía por entonces el famoso torero. 
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SOBRE ESTAS LINEAS: Arriba, mis aperos de torear de niño. En primer término unos zahones y tras ellos, la muleta (de unos cuarenta centímetros de alto). Al lado, vemos la boina que llevé a los sanfermines hacia 1970, con unos nueve años; aunque ya por aquel entonces sabía que mi valor no me "daba" para ser torero. Con la muletita esta que he guardado casi durante cincuenta años y los zahones puestos, me fui a ver a Luis Miguel Dominguín -con unos siete años-, pretendiendo que me apoderase para ser torero. Mi intento fue infructuoso, pues muy pronto todos vieron lo miedoso que era, recomendándome dedicarme a otra cosa.
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ABAJO: Luis Miguel Dominguin en la plaza de tientas de su finca (La Virgen) ayudando a torear una chota a mi padre -a la derecha-. Ambos riendo seguramente del arte que se gastaba mi progenitor, quien era muy aficionado a los toros; tanto que había salido como sobresaliente en Las Ventas, durante alguna corrida benéfica organizada por la Escuela de Arquitectura (en los años cuarenta). Admirador de Dominguín, tenía como gran honor haber podido trabajar para el famoso torero como asesor de urbanismo y arquitecto, en los años en que este diestro estaba en su cumbre. Momento en que el afamado matador era amigo de personajes como Picasso, Hemingway y de cuantos intelectuales y artistas venían o habitaban por España.
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Mi padre siempre comentaba que no había conocido a un personaje más cariñoso, ni más llano y humilde; sin apenas sentido de protagonismo, tratando siempre a todos por igual. Comentando que cuando te invitaba, sentaba en un mismo lugar a los ministros, junto a los artistas, al lado de los mayorales o de las gentes del campo; compartiendo cuchillo y mantel con estrellas del cine o con astronautas (fueran rusos o norteamericanos). La categoría de este torero que abría todas las puertas en París y Nueva York por esos años; se medía en la admiración y amistad que por él compartían personajes tan opuestos y controvertidos como por ejemplo: Picasso y Franco. Tanto que el genio de la pintura exiliado, llegó a intentar pasar la frontera hispana con el fin de verle torear; mientras el general siempre reía con los chistes y chascarrillos políticos del diestro. Diciendo que le preguntaba cada vez que le veía en privado: "-Luis Miguel. ¿Cual de los hermanos suyos es el comunista?-". A lo que el torero respondía: -"Yo; sin lugar a dudas, mi general"- (provocando la risa a Franco y a cuantos rodeaban el séquito).
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A casa de Dominguín llegué haciendo el idiota, puesto que mi estado de nervios me impedía interrumpir mi entrenamiento un solo minuto; por lo que daba pases a todo cuanto había en los salones. Tanto, que me debieron llamar la atención con el fin de que dejara de torear sillas y mesas, alfombras con pieles de animales (o cabezas de trofeos colgadas en la pared). Tras ello, un niño muy delgado que allí vivía me dijo que él estaba aprendiendo inglés, a lo que yo le repliqué que "eso yo, ya lo habia estudiado y aprobado" (siendo mucho más pequeño que él). Aquel, quien era el hijo del diestro (hoy Miguel Bosé) quedó estupefacto con el nene idiota que veía; toreando las paredes y soltando memeces cual la de "que ya había estudiado el inglés". Tras reunirse mi padre con el maestro, vinieron por mí y me llevaron al exterior de la casa, sin escuchar mucho las advertencias de cuantos me habían observado antes (quienes comentaban que yo estaba un tanto "extraño", afirmando, que lo sabía todo y que iba a ser mejor torero que los Dominguín).
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Me situaron en la entrada -o en un jardincillo del chalet-, donde había una esculturita de un toro (no recuerdo si era de piedra o madera) y el maestro me pidió que le diera unos pases. Viendo que tenía garbo y arte, me sugirió que me acercase más, a lo que me negué argumentando que me podía "pinchar". No creyendo lo que veía, Luis Miguel me tomó en brazos y me acercó a los cuernos del "verraco"; mientras yo le recriminaba que tuviera cuidado, muy asustado por las posibles consecuencias. Soltando carcajadas, el torero me dijo que aquel bicho se movía menos que un funcionario en vacaciones. Pero al ver el miedo que yo tenía, advirtió a mi padre que dado mi valor era mejor que me dedicase a otra cosa. Momento en el que me dí cuenta que había fracasado en el intento de tomar la alternativa de manos del diestro; y no solo eso, lo peor era la juerga que se traía mi progenitor y sus amigos con lo acontecido.
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Ya he contado como tras aquello, volví a casa lleno de dolor y frustración (cual un afamado torero al que hubieran devuelto los dos morlacos al corral vivos). Pero todavía no me rendí en el intento de llegar a superar al novillero con el que "disputaba" mi segundo amor (Jose). Siendo así, bajé a un concesionario de coches que tenía Diego Puerta en la misma calle en que vivíamos (Doctor Castelo); pidiendo "audiencia" con el diestro -dueño de aquel negocio-. Me fuí hasta ese lugar, muleta en mano, con los zahones y hasta con la espada de salón (todo tamaño niño). Así vestido de torero, pedí en el la tienda de vehículos que me recibiera Diego Puerta, para otorgarme una oportunidad en los ruedos. Aunque los que atendían las ventas de coches me hicieron saber que era muy joven y que el torero no estaba para recibirme; todo lo cual fue el segundo varapalo en mi triste y corta carrera taurina. Finalmente, intuyendo que por esde camino me iba a ser imposible ser matador; decidí intentar ganarme el amor de Jose con la música. Fue así como ahorré para mi primera guitarra (de juguete); la tocaba con tanto brío y amor propio -sin parar- que Jose y sus hermanas me regalaron un requinto. Aquel fue mi primer instrumento de cuerda y el momento en el que me inicié en la música -a mis cinco años-; desde el cual nunca paré de tocar la guitarra (lo que primero hice para enamorar a las mujeres, aunque y luego hubo de ser mi forma de soportar la vida).
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SOBRE ESTAS LINEAS: En Alemania poco después del fiasco que me llevé al ver que no servía para torero. Trás ello me puse a hacer todo tipo de extrañezas (como la que vemos en imagen), para lograr conquistar el corazón de las mujeres.
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ABAJO: Salida desde Stuttgart hacia 1968, junto a Fräu Alla y la perrita Suzy. Como podemos ver, ya a esta edad (unos siete años) viajaba con mi guitarra; que tomé como acompañante cuando tuve que dejar los aperos de torero.
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Trás los antes referidos desengaños ya decidí buscar novias ya fuera de mi entorno. Para ello, lo más indicado era los veranos y las vacaciones, en las que venían a vivir junto a nosotros las amigas de mis hermanas y las de mis primas. Todo lo que narraremos en otro capítulo de "La bella y el bestia".
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CONTINUARÁ.