miércoles, 10 de septiembre de 2025

SUEÑO DE PRIMAVERA (un relato de humor y amor)

 


SUEÑO DE PRIMAVERA

(un relato de humor y amor)



Advertencia: Este texto narra hechos imaginarios; como lo son todos sus personajes (careciendo de autenticidad: su trama, los lugares que menciona y las circunstancias que describe).

Recomendación: El estilo de narración invita a escucharla (mejor que leerla). Siendo recomendable “bajarlo” en PDF u otro formato, que permita activar la “lectura en voz alta”.

ÍNDICE GENERAL: Pulsando el siguiente enlace, se llega a un índice, que contiene los artículos que hemos editado en “DEL CIPANGO AL SPANGO". PARA IR A ELLOS, pulsar:  https://delcipangoalspango.blogspot.com/2023/01/indice-de-articulos-de-del-cipango-al.html


SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos míos de El Escorial, localidad madrileña en la que suceden los hechos de este primer capítulo.






I La Casa de Austria y El Escorial:


1) Úrsula y los bombones:

           Sucedió durante la primavera en que cumplí veintiún años; por entonces finalizaba el último curso de carrera y obtuve en junio mi licenciatura en Derecho. Comenzando desde aquel verano, una nueva etapa de mi vida, que jamás podré olvidar. Porque tras mis estudios de abogacía, había logrado matricularme en la Universidad de Bolonia; para cursar un doctorado en leyes. La admisión en esa institución italiana, con el mayor prestigio de Europa; era la alegría de mis padres y la ilusión de mi vida. Pero, como decía Facundo Cabral: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Y así fue; por que todo se desarrolló conforme la Divina Providencia marcó y nunca como me había propuesto -ni menos, supuesto-.

             El inicio de aquella nueva singladura y los extraños sucesos que se acontecieron; empezaron en el mes de julio. Cuando tras recibir la titulación me quedé en España con mis progenitores, porque luego me esperaba un año y medio en Italia (completando el doctorado). Fue entonces, cuando mi única hermana marchó a Viena, en un intercambio docente; para estudiar alemán. Allí estaría dos meses, viviendo en una familia austriaca; cuya hija mandarían a la nuestra para aprender español. Veraneábamos en un chalet de El Escorial; preciosa localidad madrileña en la que el rey Felipe II descansaba (tras elevar allí su palacio-monasterio y panteón). Situado bastante lejos del aeropuerto, el primer día de julio tuve que llevar hasta el avión a mi hermana. Y unas horas más tarde, recogí en Barajas a la austriaca que llegaba, para el intercambio. Con el fin de reconocernos, me hicieron esperar en la Terminal cargando un cartelito en que se leía su nombre y el mío (“Úrsula – Francisco”). Allí, a la hora prevista y por la puerta de embarque indicada; junto a decenas de personas, apareció una chica rubia y de ojos muy azules (casi de mi estatura). Me saludó, señalando que ella era Úrsula y que yo debía ser Francisco. Asentí en mi alemán penoso (bastante precario), indicando que la llevaría hasta el lugar donde había aparcado. Después, dentro del coche, nos saludamos de manera más ceremoniosa; explicando que era abogado, el hermano mayor de la familia y que la llevaría hasta El Escorial, donde viviría durante esas vacaciones.

         Tras acomodarla en el chalet, le mostramos su habitación y cenamos con mis padres. Después, le enseñé la casa entera; el jardín y la piscina, comentando que podría bañarse en ella a cualquier hora del día. Lo que emocionó a la chica vienesa; tanto, que en ese momento -siendo ya de noche- se puso el bikini y entró en el agua. De ese modo, más contenta que un marrano en un charco, chapoteaba entre tinieblas; mientras yo intentaba advertir sus líneas firmes o curvas. Recibiendo entonces mi primera impresión sobre la referida Úrsula, que acababa de cumplir la mayoría de edad. De la que pude acertar que aunque debía ser muy guapa en “su tierra”, no me gustaba del todo. Añadiéndose el problema de su altura (casi igual a la mía); junto a una gran envergadura de hombros y caderas. Mostrando “constitución ancha”, que a muchos encanta, pero a mí no me ilusiona. De tal manera, cuando la volví a ver la mañana siguiente, tomando el sol en la piscina; apenas me llamó la atención. Además, recién llegada de Viena, tenía color de horchata; lo que unido a ese pelo tan rubio y su bikini beige, le hacía parecer un pastelito de manzana. Figurando una belleza ideal para un cursi de Mayerling, pero no para un manchego de El Escorial; como era yo.

            El violonchelo es mi gran afición, por no decir mi devoción; y diariamente debo practicar al menos tres horas. Momento de estudio y disfrute musical, en el que me encierro; para solo escucharme a mí mismo (sin interrupciones, ni ajenos a ese mundo). Pero aquella mañana, apareció sin avisar mi amigo Jose; al que mi madre llevó hasta la habitación donde yo estaba tocando. Pronto, me percaté de que su inesperada visita se debía a la llegada de Úrsula; porque este conocido, gustaba y degustaba de todo género femenino. Por lo que al poco de entrar y cortar mi música, me preguntó: -“Qué era eso tan bueno que había visto tumbado en el jardín”-. Le respondí que se trataba de la niña de intercambio, con mi hermana; una austriaca recién llegada, que pasaría unos dos meses en casa. A lo que respondió con rotundidad: -“¡O te la tiras tú, o me la tiro yo!. Porque este bicharraco no se puede ir vivo de España”-.

          Jose era así y a veces me molestaba; ya que muchas de sus observaciones sobre las mujeres sonaban obscenas y de poco gusto. Por cuanto le expliqué que aquella chica tenía solo dieciocho años; que además era muy “grandota” de trazas y un poco gordita. Que no debíamos hacerle mucho caso; ya que parecía una niña, casi sin acabar. Al escuchar mi comentario, rápido añadió: -“Terminada está; perfectamente terminada. Y de niña nada, porque tiene más materia que un libro de astrofísica”-. Seguí comentando que a mí “lo ancho” no me iba; que las prefería más proporcionadas. A lo que él aseveró encantarle la “moto grande”, explicando que lo mejor era la Harley Davidson; donde se podía montar de maravilla, haciendo todos los kilómetros que se necesitasen. Explicándome que la “moto pequeña” era incómoda y peligrosa, porque te podías caer y tenía hasta mal agarre. Concluyendo que o “le entraba” yo a la austriaca, o bien lo hacía él; dándome unos minutos para decidirlo.

           En esos momentos, la pobre Úrsula se percató de que estábamos mirándola, charlando con la ventana cerrada; intuyendo que quizá hablábamos sobre ella. Por lo que comenzó a saludarnos con la mano; tras lo que Jose comentó: -“Mira. Mira que alegre es. Tiene ganas de rollo; ya está haciendo señas con la manita. Eso a mí me pone... .”-. El hecho, es que me sentaron mal sus comentarios y le pedí que no la molestase; pues estaba viviendo en casa. Advirtiendo que no se la iba a presentar, para que dejase de darle la lata. Manifestando, que si alguno debía “tirarle la caña”; era yo el único que estaba en el derecho de hacerlo. Ya que conviviría con ella durante casi dos meses; enseñándole español y los monumentos de la zona. De ese modo y viendo mi amigo que había metido un poco la pata; profirió la típica frase de gracioso, añadiendo: -“Ale; que le enseñes mucha lengua”-. Luego, se disculpó y salió de la casa; pasando antes por la piscina para saludarla, con un piropo idiota (como solía hacer para sentirse triunfar). De tal modo se acercó a ella y le soltó: -“Ten cuidado, que los bombones de chocolate blanco se derriten al Sol y nos dejan tiritando a los españoles”-. Ante lo que la pobre austriaca respondió: -“Sí, sí. Me gusta mucho chocolate blanco y también bombones”-. Después, el bobo se giró; poniendo cara de “esta ni se ha enterado de lo que le he dicho”. Así se marchó del chalet y se lo agradecí, porque ya me tenía harto.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres dibujos míos de Segovia, donde se suceden los hechos de esta segunda parte.








2) Úrsula y el cochinillo:

             Fue esa misma tarde, cuando decidí enseñar a la invitada El Escorial; pasear por sus calles, tomar un café en El Miranda y explicarle la historia de este magnífico pueblo madrileño. Así estuvimos, hasta que cayó el Sol y fuimos a ver el atardecer desde La Herrería. Tras ello, subimos hacia el Monte Abantos, donde estaba nuestro chalet; para cenar. Después, Úrsula se retiró a su habitación y mi padre me comunicó que deseaba hablar conmigo. Explicándome, que en mi situación no podía comprometerme con nadie; ni menos “echarme novia” (como por entonces se decía). Ya que en dos meses me iría a Bolonia, para hacer el doctorado; donde mi obligación y mi única misión, era la de estudiar -sin perder el tiempo, menos con chicas-. Por cuanto, me pedía que no tuviera ninguna relación “especial” con aquella niña recién llegada; porque -además- mi hermana vivía en casa de sus padres (en Viena). Rogándome que tampoco la ilusionase y pidiéndome que -por favor- me comportase como una persona seria y cabal. Dándome permiso para sacarla, acompañarla, enseñar los monumentos y explicarle la Historia de España; pero nada más. Ante lo que expresé comprender todas sus palabras, perfectamente; le prometí hacer lo que me pedía y le agradecí su enorme esfuerzo para mandarme a Bolonia año y medio (pagando mis estudios y manutención, lo que suponía una pequeña fortuna).

            Pero, tristemente, el hombre propone y Dios dispone. Sucediendo algo muy extraño, un par de semanas más tarde; cuando fui con Úrsula a Segovia. La llevé hasta esa maravillosa capital, para enseñarle su arquitectura y su gastronomía; aunque, no sé qué me pasó. Porque, realmente, esa chica de Viena no me llegaba a gustar del todo. Pero notaba que ella estaba encantada conmigo; lo que se hacía evidente en su forma de mirarme, de reír y de acercarse. En esa situación, salió de mí el instinto de cazador que todo hombre lleva dentro -al igual que las mujeres contienen el de madre-. Consecuentemente, cuando paseábamos por la zona antigua; le dije: -“Si quieres recibir el beso más bonito del Mundo; es aquí. Tienes que estar frente al acueducto, con Segovia al fondo. No puedes cerrar los ojos. Yo acerco mis labios a los tuyos, mientras disfrutas y observas esta maravilla de ciudad”-. Le dio la risa; pero antes de que me contestase, ya se lo había hecho. No sabía si se iba a molestar; lográndome sorprender con su pronta respuesta. Advirtiendo que había cerrado los ojos, por lo que debíamos repetir la escena; para que fuera perfecta. Atónito ante la velocidad de su contestación y aceptación, volví a besarla; pero ella expresó de nuevo, que no había mantenido los párpados muy abiertos, por lo que se necesitaba una tercera vez. Me hizo reír y le señalé que debíamos ir a comer el cochinillo (típico segoviano); debiendo parar esas pruebas de estética amorosa, ya que todos los cercanos nos estaban mirando.

           Así nos dirigimos hacia el restaurante. Íbamos ya cogidos de la mano; lo que -extrañamente- me producía vergüenza, porque apenas me gustaba aquella joven vienesa. Siquiera entendía por qué había hecho eso, junto al acueducto. Comencé a pensar que en mí existía un serio depredador; un ser maligno, que hasta entonces no había aflorado. Me sentía una especie de Landrú; un embaucador de mujeres, emparentado con El Vampiro de Nueva York o con Jack el Destripador. Pese a ello, no podía soltar sus dedos, la miraba sonriente y no me atrevía a decirle la verdad. Me era imposible contar a esa dulce niña que estaba actuando como un simple cazador de corazones; besándola tan solo para satisfacer mi ego. Fue entonces, el primer momento en que me he sentido un absoluto cerdo. Por lo que, al llegar al restaurante y ver aquel cochinillo que nos servían; me reconocí de la misma familia y especie. Llegando a tener lástima por ese animal, recién horneado. Aquel bebé de puerco, que íbamos devorando a bocados y era del todo inocente. No como yo, un verdadero marrano, abusando y engañando a esa chica austriaca. Mientras pasaban aquellas ideas por mi mente, la pobre Úrsula me miraba sonriente; degustando los trozos de carne, comentando que era deliciosa. Todo lo que me hacía pensar para mis adentros, en el “pedazo de cerdo” que se había comido un poco antes y junto al acueducto (cuando la besé solo para divertirme).

           Terminamos la degustación del marranín segoviano; durante la que mi acompañante me preguntó por qué los españoles comíamos tanto cochino. Ante lo que le respondí que era debido a que los hombres hispanos, éramos muy sucios. Con esa contestación, quería que la pobre incauta, entendiera que mis deseos con ella no eran muy limpios. Pero le dio la risa y expresó que eso ocurría en todo el Mundo; porque el género masculino era muy cerdo. Añadiendo que su pregunta se refería al por qué España era el país con más variación de platos y de preparados, de carne porcina. Tuve que explicarle, que -en parte- se debía al tipo de fincas y campos; con grandes extensiones de dehesa (inexistentes en el resto de Europa). Pero sobre todo, a un tema religioso y muy antiguo. Ya que antaño, muchos comían a diario cerdo; para demostrar su origen de “cristiano viejo”. Evitando de ese modo, ser confundidos con conversos o neo bautizados. Tanto era así, que los judíos y mudéjares viajaban con un jamón en las alforjas; carne que jamás comían, pero que cargaban en su equipaje, para que los corchetes y autoridades no sospechasen sobre su verdadera religión. A lo que ella añadió “Que aquello sería como un visado en el pasaporte; con el que se podía viajar sin problema”. Explicándole, que más bien podríamos considerarlo “una valija puerco diplomática”... .

           Pese a tanta conversación, nada me quitaba de la cabeza la idea de que allí el único marrano era yo mismo; enamorando a una pobre chica. Sin temer que se ilusionase y sin saber por qué me empeñaba en simular que también la quería. Todo lo que comenzó a mover mis remordimientos haciéndome sentir culpable. Tanto, que cuando salimos del restaurante y ella me pidió otro beso; no quise dárselo. Argumenté que después de comer, no lo hacía sin lavarme los dientes. Tras lo que esa niña austriaca comentó que mi actitud era muy limpia y nada cerda (no como el resto de los hombres). Una frase de la pobre vienesa, que me llevó a verme el marrano mayor del Mundo. Así me iba de Segovia, la ciudad del cochinillo; escuchando a mi compañera seguir afirmando que era un español puro de sentimientos y muy higiénico de maneras... . Pero sintiendo que estaba comportándome con ella como un cerdo con lunares y verrugas (asqueroso).




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
tres dibujitos míos del Alcázar de Segovia.











3) Úrsula y el pepito:

            Tras volver de Segovia, reflexioné; me sentí totalmente culpable y decidí hablar con la niña de Viena para explicarle que todo había sido un error. Quise hacerlo en los días posteriores, aunque resultaba difícil; porque ella solo se preocupaba de arreglarse, para salir a la piscina -cada día con un pareo y un bikini diferente-. Además, cuando se acercaba, me sonreía de un modo tan dulce; que daba pena tan solo decir una parte de la verdad. Así, mientras diariamente yo practicaba mis horas de violonchelo en el cuarto; la observaba, tomando el sol en el jardín y chapoteando en el agua. Haciéndose ver por doquier; comenzando a insinuar y “enseñar” más “materia” que una profesora. Me miraba con unos ojos tan inocentes, que producían dolor; porque realmente parecían los de un besugo recién pescado. Y es que no puedo describirlos de otro modo, ya que me faltaba el amor para entender esos gestos de mujer encandilada. Su sonrisa tierna, me recordaba a la de una nécora recién cocida; porque con tanto Sol, cada día tenía la epidermis más rojiza. Pareciendo no ser originaria de Austria, sino de Gambia; país del que toman nombre los camarones africanos.

           No conseguí decirle la verdad en varias jornadas y decidí hacerlo en Madrid. Pensaba hablar con ella seriamente mientras le enseñaba las calles, los monumentos y la gastronomía de nuestra capital. Creyendo que me expresaría bien y lo comprendería mejor, tras beber juntos unos vinos y degustar buenas tapas. Pudiendo preparar de ese modo el corazón de la pequeña austriaca, con el fin de que no se sintiera muy herida. De ese modo, comencé explicándole el Madrid de los Austrias; en esa parte de la Villa y Corte donde habitó la dinastía real venida desde su país y apellidada Habsburgo. Empezando por El Retiro (jardín real de Felipe IV); relatando lo que fue el Palacio del lugar y los edificios de esa zona, hoy llamada de los Borbones. Más tarde la llevé al Barrio de las Letras; dirigiéndome luego hacia el Rastro, donde quería narrarle la Historia y la gastronomía de esta ciudad nuestra.

             Así fue, como al llegar a Cascorro, le conté que allí estuvieron antaño los mataderos; por cuanto el rastro de sangre que dejaba ese patíbulo de animales, dio nombre al lugar. Debido a ello, se comprendía fácilmente que un poco más abajo, se encontrase la Ribera de Curtidores. Ya que tras sacrificar a las bestias, las desollaban; vendiendo sus pieles a las “tenerías” abiertas en esa calle de bajada (donde actualmente se sitúan los puestos de El Rastro). Pero añadí, que lo más importante para comprender la gastronomía de Madrid; era saber que existía la costumbre de aprovechar enteramente los animales. Debido a la enorme población y a la gran cantidad de reses que se mataban junto aquel lugar, donde hoy se halla la estatua de Cascorro. Así pues, en la Villa y Corte, se autorizaba el despiece y uso de todo tipo de carnes y órganos, para ser cocinados. Sin discriminar ninguna parte; regalando a los más desfavorecidos aquello que otros muchos desechaban (al considerarlo “poco higiénico”). De ese modo, se desarrolló una cocina en la que se consumían los intestinos y los entresijos; además de la cabeza, el cerebro, las crestas, las orejas, las manitas, el rabo, los testículos, las mollejas, las gallinejas y largo etcétera. Por cuanto la gastronomía del Madrid mas antiguo, se basaba en el aprovechamiento de esas piezas; siendo el cocido, su plato típico (con garbanzos, tocino, oreja, chorizos, morcilla y lo que se le añada). Además, también eran muy comunes las tapas y preparados de despiece; como la oreja, las asadurillas, las gallinejas, los zarajos, los sesos, las criadillas, las mollejas o la sangre (en morcilla o con cebolla). Aunque, sobre todos ellos y la obra cumbre en la cocina de casquería matritense, eran los callos. Intestinos de vaca, que unidos en la cazuela, con un poco de oreja, morcillita y chorizo; tenían un sabor y una textura inigualable.


SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dibujitos míos de Madrid. Arriba, palacio Real. Abajo, La Gran Vía en su unión con La Calle de Alcalá



          Más tarde, mientras paseábamos por el Madrid de los Austria y La Plaza Mayor, fui explicando a Úrsula en qué consistía cada una de esas Tapas -tan típicas como antiguas-. Preguntándole si se atrevía a probar algunas; a lo que ella accedió con gran alegría. Advirtiendo que si algo estaba bueno, no debía juzgarse mal, por pertenecer a una parte menos noble; ya que en las mujeres, lo mejor siempre se escondía... . Me encantó su humor, su capacidad de adaptación y su mente abierta; por lo que fuimos a tomar unos callos y una copita de vino. Nos acomodamos de pié y en la barra; pero mientras degustábamos aquella ración de “tripas” a la madrileña, se escuchaba decir una y otra vez: -“¡Un pepito!. ¡Marchando!”-. Úrsula observaba la escena con atención, analizando el modo en que el camarero servía los enormes panes con solomillo (llamados “pepitos” y tan típicos del área manchega). Así fue como, bajo los efectos del vinillo, manifestó que quería probar esos bocadillos; cuyo aspecto era inmejorable. Pedí uno y en poco tiempo llegó el solicitado pepito. Tras darle el primer mordisco, ella manifestó que estaba delicioso, preguntando: -“¿De qué animal es?”-. Le expliqué que solían hacerse con ternera, una vaca muy joven y de sabor agradable. Ante lo que expresó que eso no era posible; porque la vaca no tenía “pito” (por muy joven que fuera). No entendí su afirmación, ni menos su pregunta; hasta que la austriaca aseveró con rotundidad: -“Si el bocadillo es de pito; tiene que ser carne de un macho. De pito de toro, de pito de cerdo; pero no hembra”-.

             Tan pronto como escuché aquello, caí en lo que me decía y lo que esa chica había interpretado. Creyendo que los pepitos se llamaban bocadillos “de pitos”; elaborados con el miembro viril de un animal. Ello, unido al modo en que lo devoraba y degustaba, expresando que estaba riquísimo; me dejó atónito y sorprendido. No pudiendo parar de reír tras el “suceso”, le expliqué que se había confundido; porque los pepitos contenían carne de ternera y no un cipote de morlaco. Al comprender su enorme error, la pobre quedó muy avergonzada; pensando si me habría dado una mala impresión. Quizás, mostrando ser totalmente primitiva y superando cualquier receta de la casquería más profunda y estrambótica madrileña. Ante su arrepentimiento; le expresé que no tenía importancia alguna (entre risas). Que me encantaba su libertad de pensamiento y su amor por el “de pito”. Porque, al fin y al cabo, lo del pito era la alegría de la vida. Comentario y situaciones que provocaron la carcajada de los dos.

             Salimos más tarde del bar; abrazados bajo los efectos del vino y camino de El Escorial. Al subir al tren, ella me dijo que había traído chicles de menta; para que no tuviera que lavarme los dientes... . Entendí que deseaba besarme, al llegar a destino. Por lo que fuimos todo el viaje mascando, cual dos vacas americanas. Al bajarnos en la estación final, me tomó de la mano y marchamos hacia un parque; allí estuvimos charlando y besándonos durante horas. Pero mientras se me pasaban los efluvios del alcohol, fui comprendiendo que nunca debía haberlo hecho; porque realmente no la amaba, solo la quería como amiga. Mas tarde, nos dirigimos a casa de mis padres y al acercarnos, nos separamos; tomando una distancia normal. Entrando con cautela; sin que se dieran cuenta de que veníamos tan borrachos. Así me dirigí a mi cuarto, donde al quedarme solo, me volví a sentir fatal. Sin poder conciliar el sueño durante horas, diciéndome que esto no podía seguir. Por lo que me propuse hablar con ella al día siguiente y exponer que no debíamos continuar con nuestro idilio. Finalmente, gracias al vino me dormí; aunque cada vez que la sed me despertaba, notaba una terrible pena. Porque aunque no la amaba; la quería y había comenzado a ser una gran amiga.

              Esa misma mañana intenté estar con ella a solas y narrar mi situación; sin recordar que para la fecha, Úrsula tenía programado un viaje a Andalucía -con la academia donde estudiaba español-. Un Trip de varios días, durante los que visitaría Córdoba y Sevilla, con sus compañeros. Por lo que al bajar la escalera, pretendiendo hablarle; la encontré preparando una pequeña maleta y desayunando en la cocina. Me sonrió con aquella enorme boca, que tanto me recordaba a una nécora cocida; ya que cada día tenía un color de cara mas rojizo. Le correspondí el gesto, viendo como me miraba de nuevo con esos ojos de besugo recién pescado. Yo no pude menos que intentar simular un momento de felicidad; aunque seguramente, ella percibía que la quería, sin estar del todo enamorado. Porque esos son hechos que las mujeres aceptan y comprenden, con gran bondad; esperando que el tiempo haga nacer el amor. Aunque el problema de Úrsula, era que no me atraía; al parecerme muy “grande” de trazas y totalmente germana de costumbres. Siendo mi prototipo, más mediterráneo y enigmático; sin esa actitud tan clara y manifiesta .

             Después de aquel saludo, bajó su cabeza con gesto de tristeza; expresando que en un par de horas salía hacia Andalucía, con el grupo de la universidad. En voz muy baja, le dije que no podía besarla, por si nos veían mis padres; y regresé a la habitación, para practicar con el chelo. Aunque esa mañana, las cuerdas sonaban más amargas de lo que jamás pude imaginar; porque la situación con la niña austriaca ya me sobrepasaba. En esos momentos, escuché que alguien subía hacia mi cuarto, abriendo la puerta de forma indiscreta y sin llamar. Creí que era ella, pero se trataba del bobo de Jose; entrando en mi vida de nuevo, como un elefante en una cacharrería. Ni siquiera saludó y lo primero que hizo fue preguntar si “la austriaca había caído ya”. Me sentí muy molesto; no quise responderle. Ante lo que ese amigo tan poco fino aseveró: -“Sí señor. Tú eres un verdadero caballero español. Cuando se te pregunta por una dama, no puedes decir que sí (por respeto a ella); pero tampoco que no (para quedar bien). Seguro que no la has tocado todavía”-. Le pedí que se marchase, porque tenía que estudiar violonchelo y me molestaban sus idioteces. Así se fue, tras intentar hablar con Úrsula en la cocina; quien no quiso dirigirle mucho la palabra, porque sabía que era un pesado.



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dibujitos míos de Madrid. El Palacio de Cristal, en El Retiro.




4) Úrsula y el desencanto:

           Regresó la niña vienesa, después de visitar Andalucía; comentando que había pasado más calor que un esquimal en África. Estábamos casi a mediados de agosto, en ese tiempo al que llamamos “La Canícula”; porque los egipcios antiguos sabían que bajo el dominio estelar del Can Mayor, el Nilo se desbordaría -tras semanas tórridas-. Fue durante esos días, cuando mis padres habían decidido reservar un hotel en la playa, para huir de la “chicharrera” manchega. Por cuanto me advirtieron, que se irían al mar; debiendo quedarme al cuidado del chalet y de Úrsula. Proponiéndome que mejor sería invitar a un amigo, para que durmiera con nosotros y no estar a solas con ella. Les dije que así lo haría, llamando a Jose para que viniese y mis progenitores salieron de viaje tranquilos, dejándonos en la casa. Cuando ya nadie había en el chalet; decidí hablar con ella y explicarle que nuestro idilio debía terminar. Ya que no me podía comprometer, debido a que en unas semanas saldría hacia Bolonia; donde permanecería año y medio estudiando.

            Así me lo propuse y dejando el violonchelo a un lado, bajé a la piscina donde la austriaca seguía enrojeciéndose (pues no se bronceaba, por más que lo intentase). Allí la encontré, sin la parte de arriba del bikini y le advertí que no debería tomar el Sol en “top less”; porque los vecinos podrían verla. Expresó no importarle y me pidió que no fuera tan celoso; por lo que insistí en que se tapase, debido a que había niños en los chalets contiguos (no por “cosa” mía). Se puso el sujetador, con un gesto de gran desagrado. Después, expresó que deseaba hacer nudismo; aseverando que en Austria era una práctica muy común y de gran beneficio para la salud corporal. Respondí que para tomar el Sol sin ropa, lejos de las miradas ajenas; habría de hacerlo en la terraza de mi madre (situada en el segundo piso). Me pidió que la acompañase hasta allí, expresando que le daba un poco de vergüenza acceder a las estancias paternas. Le comenté que no tenía importancia y que el lugar estaba habilitado como solarium; por lo que nada tenía que preocuparle desnudarse allí. Pero al llegar a la referida terraza, quiso que me quedase a su lado; al menos un rato, proponiéndome disfrutar del “astro padre” tal como ella lo iba a hacer (del modo en que vino al Mundo). Respondí sentir mucha vergüenza; manifestándose muy sorprendida -hasta triste- cuando no acepté su invitación al desnudo.

           Expresó que verse el cuerpo no tenía importancia; pero a mí la situación me produjo tanto apuro, que me marché del solarium. Debido a ello, siquiera pude comenzar la conversación que tenía preparada, para finalizar nuestra relación y por la que me había acercado hasta la piscina. Habiéndome sido de nuevo imposible explicar que deberíamos de cesar en nuestro idilio; al decidir abandonarla antes de que ella se quitase el bikini. De ese modo, regresé a mi habitación, ya enfadado; y para tranquilizarme me puse a practicar escalas sobre el chelo. Pero mientras tocaba las primeras octavas, observé que mi puerta se abría lentamente. Era Úrsula, entrando como Dios la trajo al Mundo; pareciendo que lucía dos banderas de su país. Tenía el cuerpo como un tomate de rojo y dos bandas completamente blancas; en las zonas pudendas, donde no le había dado el Sol. Asustado ante la escena, le pregunté qué quería; respondiéndome que siquiera le había dado un beso y llevábamos horas los dos solos en la casa. En ese momento, me di cuenta que debía decirle la verdad, expresando que lo nuestro había de terminarse. Aunque, tristemente, la niña de Viena me siguió hablando de un modo tan dulce como serio. Contándome que jamás había tenido una relación plena con nadie; deseando que fuera yo, el primero en amarla del todo.

            Asustado ante la proposición y el compromiso que me podría acarrear aquello, le respondí con rotundidad que eso no podía suceder. Debiendo guardarse para alguien con el que hubiera entablado un idilio más largo y una relación seria; esperando quizás al hombre que le propusiera matrimonio. Pero manifestó su negativa; pues nada le importaba y deseaba tener ese recuerdo mío. Momento en que se me cayó el Mundo encima. Por lo que, sin saber qué decir; aseveré que ella solo debía hacer “eso”, con un novio de verdad; lo que no era mi caso, ya que solo la conocía desde unas semanas atrás. Por lo que, observando que se sentía humillada y ante esa escena tan dura, le pasé una toalla para que se tapase. Viéndome entonces obligado a sincerarme, expresando que no estaba seguro de mi amor. Momento en que su rostro cambió de un modo terrible; los ojos se le envilecieron, su cara se torció con una mueca desagradable y la sonrisa se convirtió en llanto. Mientras digería mis palabras, con expresión de odiarme; me tiró la toalla a la cabeza, quedando desnuda y girándose para que no viera su cuerpo (menos aún su tristeza). Tras ese doloroso gesto, marchó hacia el solarium; con la intención de recoger su ropa. Salí tras ella, la seguí, pidiéndole perdón; sin lograr que me atendiese. Al llegar a la terraza, me quedé fuera mientras se vistió; luego oí como gemía y comenzaba a llorar amargamente. Me fui hacia Úrsula, quise abrazarla, pero no me dejaba; le rogaba mil disculpas que de nada valían. La magia del amor se le había convertido en un relámpago negro y su corazón ya no podría perdonarme.



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos míos de Ávila; ciudad donde se desarrolla el siguiente epígrafe.



5) Úrsula y el chuletón:

              Tras lo vivido en la terraza; esa niña vienesa desapareció de la casa, sin decirme dónde iba. Tuve que llamar urgentemente a mi amigo Jose, para que me ayudase a buscarla. Rogándole que viniera a vivir con nosotros; al menos, mientras mis padres veraneaban en la playa. Por fortuna, él logró saber dar con la austriaca; gracias a que unos amigos le advirtieron que se hallaba tomando vinos en El Miranda. Fuimos los dos a por ella y la encontramos completamente bebida. Tanto, que los encargados de aquel hotel-restaurante nos pidieron recogerla, porque estaba montando “numeritos” (cantando en alemán y hablando con todo el que tenía a su lado). Jose consiguió sacarla de allí y la subimos a mi coche; donde nada más arrancar, nos echó la pota en el asiento (un vomitado que olía a vino peleón, de la peor calidad). Aunque gracias a esa borrachera y a la vergüenza que le produjo dejarme la tapicería tan manchada, logré que me perdonase un poco. Tras ello, en casa, la metimos en la ducha con agua fría y vestida; porque nos llamaba cerdos, si intentábamos quitarle algo de ropa. Luego, la obligamos a beber varios cafés con sal y le dimos Alka-Seltzer disueltas (pastillas contra la resaca). Poniéndola a dormir en su cuarto; después de arreglarla y ataviarla, como pudimos.

            Finalmente, me quedé a solas con Jose y le pedí que me ayudase a limpiar un poco el coche. Quitamos lo peor con una manguera; pero el desbarajuste que nos hizo la austriaca no salía, por lo que al día siguiente habría que llevarlo a una gasolinera. Mientras lo adecentábamos, él comenzó a hablarme en tono adusto; soltando duros reproches. Diciendo que me creía más sensato; pues tras ver la escena y a la pobre niña tan “perjudicada”, resultaba evidente que había jugado con ella. Tuve que reconocerlo, aunque intenté disculparme, expresando desconocer que era tan débil y afectiva. Así fue como quise explicarlo todo, exponiendo que en estos casos uno se confunde; debido a que para enamorarse hay tres factores: La atracción física, la amistad y la soledad. Por cuanto, si alguien no te gusta, o no logras ser su amigo; es imposible unirse a esa persona. Pese a ello -a mi juicio- el físico no era tan relevante; y la amistad podía trabajarse. Siendo crucial el sentimiento de aislamiento social; ya que nadie busca pareja, estando bien a solas. Porque la sensación de desamparo del grupo; es el hecho principal que nos lleva a necesitar el apoyo, que finalmente hallamos en otro humano.

            Con cara de asombro e incredulidad escuchaba mi amigo esas palabras -tan filosóficas-; aunque muy pronto me cortó, expresando: -“Deja de decir tonterías. Las mujeres se entregan de un modo diferente y mucho más reflexivo; así que jugar con una chica tan joven, es peligrosísimo. Para que comprendas la complejidad existente en el interior de una fémina, te voy a poner un ejemplo: Ellas, con esa figura de Venus que tienen, esa cara de ángel, la gran limpieza que mantienen y todo su refinamiento. En cuanto te descuidas y se enamoran, `te la comen´; para colmo, después de meterse `eso´ en la boca, te miran sonrientes. Ahora te pregunto como amigo: ¿Qué sentirías si te obligan a tragarte una pilila?. ¿Serías capaz de hacerlo?”- .

                Me quedé absorto de reflexiones tan profundas, debiendo reconocer que si me metían “una cosa de esas” entre los dientes; me iba directo al hospital, para ingresar en cuidados intensivos. Tras ello, agradeciendo sus sabias palabras; le pedí que propusiera una solución al problema de Úrsula. Explicándome Jose, que intentaría mediar al día siguiente, cuando yo fuera a la gasolinera (para limpiar la tapicería). Despertaría a la vienesa, desayunaría con ella y le expondría concienzudamente que no la había engañado; sino -muy al contrario- la estaba respetando. Motivo por el que yo no deseaba continuar la relación, ni quise llegar a más; sin aprovecharme. Es decir, no habíamos hecho lo que me propuso, porque no quise burlarme, ni mentir acerca de mis sentimientos verdaderos. Tan solo la había seducido, para besarla; un error normal y perdonable, pues era muy bella. Aquello me pareció una disculpa perfecta y a la mañana siguiente, salí muy pronto para arreglar lo del coche. Al regresar de la gasolinera, pude verla más tranquila y mi amigo me comunicó haberle prometido que durante ese día, yo le explicaría todo perfectamente. Para un mejor fin en nuestro entendimiento; habían acordado que la llevaría hasta Ávila y durante el viaje dialogaríamos. Le enseñaría la ciudad, comeríamos un buen chuletón y charlaríamos lo necesario (para dejarlo todo bien arreglado y claro).

               Con ese fin; subió la vienesa a mi vehículo y salimos a media mañana hacia la villa natal de Santa Teresa. El trayecto fue realmente terrible; y nada más sentarse la chica empezó a protestar, advirtiendo que la tapicería seguía oliendo a bodega podrida. Le respondí que la única solución era ir con las cuatro ventanillas abiertas y que eso, ayudaba a sentirse más fresquito, entre los calores de agosto. Ya que por aquel entonces, solo los coches de ricos tenían aire acondicionado. Ella permaneció más de media hora en silencio; ante lo que me vi obligado a comenzar el diálogo, exponiendo mi situación y ratificando que todo había sido una confusión. Intentando que comprendiera mi razonamiento sobre los tres factores del amor: La atracción física, la amistad y la soledad. Concluyendo que era la ausencia de aislamiento, lo que me llevaba a no poder seguir con ella; pues estaba bien a solas y debería irme a Bolonia en unos días (donde me dedicaría a estudiar, sin tiempo para nada más). Me escuchaba, como el que oye correr un caño de fuente; asintiendo de un modo muy teutón y añadiendo a cada frase mía una afirmación de enorme sarcasmo -por no decir, desprecio-. Casi no abrió la boca y cuando estábamos llegando a Ávila solicitó tomar un Vermú, aduciendo una necesidad psicológica; al no soportar mi falsedad.

              No tuve más remedio que llevarla a un bar y pedir aquella bebida, recomendándole comer algo; ya que con el estómago vacío, podía sentarle como un tiro. Comentó que lo acompañaría con un pincho de tortilla, pero ni lo probó. Solicitando pronto otra copa; añadiendo que me regalaba las Tapas. El camarero que nos servía, miraba con cierto asombro; porque según bebía, la austriaca se iba poniendo más colorada. Lo que unido a su “dorado solar” -no bronceado- la hacía parecer una bandera española: Roja y gualda (por el tono de cutis y el platino del pelo). Cuando salimos de aquel local, ella iba dando tumbos. No quería visitar la catedral, ni menos San Vicente; las murallas le importaban tres pimientos y solo pedía ir al restaurante, para tomarse unos vinos. Esperé un rato sentado en un parque, por ver si se ventilaba un poco; argumentando que todavía no era la hora de comer. Pero en cuanto se acercó la una y media, me obligó ir al lugar donde había reservado, para el chuletón. Allí, tras sentarse, pidió una botella de Rioja; y después, todo fueron reproches.

             Comenzó sacando su diccionario de alemán-español, para buscar la palabra “chuletón”; manifestando sentirse muy feliz, al leer que significaba “filete de res”, pero también “bofetada”. Lo que le apetecía mucho darme; así que yo la invitaría a un chuletón de Ávila y ella me iba a ofrecer uno de Viena. Además, comprobó que “chuleta” refería el corte de carne, pero igualmente “hombre arrogante, despectivo y altivo”. Completando todo, al dar con la voz “chulo”; que se decía cercana a las anteriores, cuya acepción es la de “individuo indigno, agresivo y que se aprovechaba de las mujeres” (siendo sinónimo de “proxeneta”). Tras ello, dijo entender por qué le había llevado hasta allí, para comerse un chuletón y a un chuleta; pero que ella no me iba a tragar nunca más. Intenté explicarle que todo aquello era una simple casualidad, sin que me creyese; expresando Úrsula que se trataba de una burla más, preparada por Carlos. Por todo lo referido, aseveró que no iba a probar la carne y que solo tomaría algunas patatas (que en su tierra se consideran inofensivas y plato nacional). De ese modo, al seguir bebiendo con el estómago casi vacío; la castaña que se agenció fue monumental. Finalmente, salió del restaurante, dando más tumbos que si llevase una merluza de veinte kilos a cuestas. Cada vez que intentaba ayudarla, para que no se cayera; replicaba en tono muy alto: -“Quita tus manos de mí, chuleta. Que eres un chulo”-. Debiendo dejar de tocarla, ya que el resto de clientes me miraba como al mismo Landrú. Por su estado de embriaguez, varias veces estuvo a punto de rodar en las escaleras del local; antes de lograr llegar a la calle. Pero una vez fuera, me montó un número indescriptible.

             Fue así, como en medio de Ávila, comenzó a hacer algo que a ella le parecía muy divertido; consistente en decir “Chuletón de Viena” y darme una bofetada. Se reía y al rato volvía hacia mí, para repetir la frasecita y soltarme otra. Por suerte, estábamos en el mes de agosto y todavía eran horas de comer; con las calles bastante vacías. Aunque la austriaca dejaba asustado a todo aquel que la veía; tan rojiza y dándome sopapos, a la voz de “Chuletón de Viena” (entre carcajadas). Harto ya de tortas y de su borrachera; proferí un improperio muy español. Gritando con enfado: -“¡Basta ya!. ¡Coño!”-. Algo que Úrsula consideró muy ordinario; por lo que contestó -“¡No coño, no coño!”-. También en voz muy alta y queriendo expresar que aquella palabra tan femenil como grosera, no debía haberla dicho. Mi respuesta fue seguir con ese diálogo de besugos, chillando: -“Sí coño, sí coño”-. Mientras ella replicaba, vociferando: -“No coño, no coño”-; a lo que yo continuaba con: -“Sí coño, sí coño”-. Entonces, se nos acercó un viejecito y me advirtió, en tono muy adusto: -“¡Menuda forma de ligar tienen los jóvenes de hoy!. Si la señorita extranjera no quiere; no se puede insistir así”-. El consejo y la reprobación de ese sabio anciano, me encantó; produciéndome risa. Iba a comentárselo a ella, pero fue mucha mi vergüenza, al observar como toda la calle nos miraba (asustados, más que asombrados). Me fui hacia Úrsula, para explicarle que estábamos montando un número y que si seguía así, terminaríamos en comisaría. Por suerte, lo de la policía le dio miedo y se calló; luego logré meterla en el coche, consiguiendo llegar a El Escorial sin que me estropease más la tapicería.




SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dibujos míos de Salamanca; donde se desarrollan los hechos del próximo epígrafe. Arriba, la catedral iluminada por la noche (rotulador). Al lado, plaza de la Universidad. Abajo, la catedral.









6) Úrsula; Salamanca, Toledo y mi huida:

           No fue posible la paz, por lo que pedí a Jose que intercediera de nuevo ante mí. Le solicité que hiciera de guía con Úrsula, visitando otra ciudad y la tranquilizase. Hablando con ella en el viaje, logrando convencerla de que nadie la había engañado; aunque estaba muy herida. Le propuse visitar Salamanca, porque necesitaba varias horas de trayecto y así podría charlar. Para ese fin, le dejaba mi coche, se lo llenaría de gasolina y le daría una cantidad de dinero, para la comida y pagar las entradas de los monumentos. Lo hizo refunfuñando; pero finalmente le convencí. De ese modo, al día siguiente, salieron ambos hacia la ciudad charra; liberándome de encontrarme con la invitada en casa, frente a frente. Pues la cohabitación se me hacía ya insoportable; más, después de los chuletones vieneses recibidos durante la jornada anterior.

            Pese a ello, no estuvieron mucho tiempo en Salamanca; porque la austriaca se comportó de forma similar y del modo que actuó conmigo en Ávila (exceptuando la ración de tortas). Sin prestar interés por los monumentos y solicitando tomar varios aperitivos, nada más llegar. Un tapeo, que en este caso, acompañó con numerosas cervezas. Tampoco quiso comer, ni visitar la catedral, siquiera ver La Universidad; y a las cuatro de la tarde ya estaban de regreso. Por lo que hacia las seis, les tenía a los dos en el chalet; lo que volvía ser un compromiso, debido a los “morros torcidos” que presentaba la niña. Afortunadamente, ella decidió encerrarse en su habitación; facilitándome andar tranquilo por casa, al temer que me obsequiase con mas “chuletones vieneses”. Le pregunté a Carlos por el viaje; advirtiéndome como esa chica estaba peor que unas maracas tocando el “Porompompero”. Es decir, loquita perdida; por cuanto lo único que hizo en la visita fue, tomar cervezas y hablar mal de mí. Además de interesarse por la extraña gastronomía del lugar; peguntando qué eran los “chochos de Salamanca”, los “huesos de santo”, las “tetas de novicia”, los “pedos de monja” y diversos manjares que existen en esa provincia. Queriendo probar los “chochos” (almendras garrapiñadas) y el resto de dulces, con nombres tan llamativos.

            Tras ese resumen del “trip”, Jose terminó por decirme que la vienesa estaba como una regadera y que debía consolarla definitivamente. Algo que ella solicitaba, creyendo que me iba a convencer para hacerme regresar a su lado. Por lo que Úrsula ahora quería que yo la llevase hasta Toledo; una ciudad que ella no conocía y donde deseaba hablar conmigo. Lo primero que pensé es que a costa de mis errores, la nena estaba visitando media España. Aunque, en aquellos días, no me faltaba dinero; porque mi padre me había abierto una cuenta corriente, con un fuerte ingreso; para mis gastos de viaje y estancia en Bolonia. Pudiendo usar algunos de esos fondos asignados a mis estudios en Italia, para resolver lo de la austriaca. Por cuanto expreso, todo fue aceptado y decidí hacer lo que nos pedía. Subí a su cuarto, y sin llegar a entrar, le advertí que podía bajar a la cocina; donde le había dejado un poco de cena. Tras ello, le confirmé que al día siguiente nos íbamos a Toledo, a primera hora; para ver la ciudad y charlar. Después de mis palabras, escuché tras la puerta, como respondía un: -“De acuerdo”-. Lo que mucho me tranquilizó; pudiendo retirarme más calmado al cuarto, para estudiar algo de chelo y dormir.

              Pero el viajecito a la ciudad Imperial, fue casi peor que el de Ávila. Pese a que comenzó bien, porque durante el trayecto de ida, Úrsula parecía sentirse mejor y siquiera protestaba del olor a “pota” que la tapicería conservaba. Fue llegar a Toledo y adoptar una actitud semejante a las anteriores. Pidiendo ir a un bar, para tapear; donde se hinchó a cervezas, sin comer nada. Tras ello, no le despertaba ningún interés visitar los monumentos; por lo que estuvimos paseando hasta que abrieron el restaurante al que me había pedido ir. Un lugar especializado en caza; argumentando que en Austria había una gastronomía cinegética, que deseaba comparar con la manchega. Así fue como entramos en uno de esos locales toledanos, donde sirven las perdices más exquisitas y la mejor liebre. Un refinado mesón, en el que nos recibieron un maitre y su sommelier (para las bebidas) y dejándonos una Carta. Al rato volvió ese elegante camarero, con las cervezas pedidas; preguntando qué íbamos a tomar. Ante lo que Úrsula respondió, con voz ronca y gesto teutón: -“Yo quiero que el señor coma conejo. Para mí algo con mucho nabo”-.

            Al oír aquellas palabras, el maitre y yo nos miramos con cara de susto; tras lo que ella se levantó, diciendo que iba al aseo. Puso un gesto muy raro, expresando divertirse, pero con gran tristeza; dejándome solo en la mesa, junto al empleado de la casa que me solicitaba la comanda. No sabiendo qué decir, le pedí una ensalada, perdiz escabechada y liebre al chocolate. Al rato, Úrsula volvió a la mesa y le recriminé la grosería; advirtiendo que nos había humillado a los dos (al camarero y a mí). Respondió que era una broma, muy pesada, muy pensada y divertida. Porque en la academia le habían enseñado esas palabras con doble sentido; que todo extranjero debía conocer, para evitar burlas de los españoles. Así, como yo me había reído de ella, merecía esas cosas. Tras el sucedido, dejamos de hablarnos y regresamos a El Escorial; sin decirnos nada y después de que no visitase un solo monumento toledano.

              Hablé con Jose, explicándole que la situación era insalvable; por lo que había decidido escapar de la invitada. Principalmente, porque en un par de días volvían mis padres al chalet y no quería que se enterasen de lo ocurrido. Para ese fin, había trazado un plan, consistente en regalarle un viaje y que la invitada se fuera a Santiago sola (tres o cuatro días). Adelantando mi salida hacia Bolonia; marchando a Italia cuando la austriaca estuviera en Galicia. Todo lo que era fácil de justificar a mis padres, poniendo la disculpa del tráfico en carretera; explicando que no deseaba viajar en coche el 31 de agosto. Así lo hicimos y la chica salió para Santiago de Compostela (bajo mi patrocinio) previamente a que regresasen mis progenitores; a su vez, yo me fui hacia Italia tres días antes de la fecha prevista. Argumentando en mi casa, que el viaje era muy largo y no quería aglomeraciones, ni conducir más de seiscientos kilómetros diarios. De tal manera salí huyendo, en esas fechas y al final de las vacaciones; tardando más de cinco jornadas en llegar a Bolonia -donde me esperaban, a primeros de septiembre-. Ella debió enterarse de que ya no estaba en El Escorial, al regresar de Santiago; pero como por aquel entonces no había teléfonos móviles, ni internet. Nunca pudo dar conmigo, por no pedir a mis padres mi dirección en Italia.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dibujos míos de Toledo.











JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Santiago de Compostela, catedral y plaza con el palacio Rajoy; dibujados por mí.













II Doctorando en Bolonia:


1) La ciudad del Derecho y la belleza:

           Arribé a Bolonia, con mi coche oliendo a bodega; durante la mañana del dos de septiembre. Habiendo tardado casi cinco días en el viaje; en los que tres noches dormí en los asientos (aseándome en las playas de Cataluña y del Sur de Francia). De ese modo ahorré un poco y recuperé algo de lo que había gastado con Úrsula, para lograr que no me lo hiciera pasar peor. En Italia tenía concertada una habitación alquilada, en una casa de familia; donde me darían desayuno y cena (a más del almuerzo los fines de semana y lavarían mi ropa). Los dueños del hogar en que me alojaba, eran personas encantadoras. Un matrimonio con tres hijos; una chica algo menor que yo, un chaval de quince años (muy inteligente) y un niño de doce, al que le enloquecía el deporte. El padre, trabajaba como árbitro de fútbol; por lo que durante los fines de semana se ausentaba (al igual que el hijo menor, porque tenían partido). El chico intermedio; estaba muy interesado en el mundo del Derecho y pasaba los festivos en las bibliotecas. La madre, era una mujer encantadora, de unos cuarenta y cinco años; cuya belleza de juventud todavía se mostraba casi plena. Todo lo que había heredado la hija, que era una verdadera diosa; aunque muy joven.

            De ese modo, durante las mañanas del sábado, el padre y el menor de la casa siempre iban al campo de deportes; uno como juez y el otro de jugador. El segundo hijo, culto y estudioso; deseaba doctorarse en Derecho y dedicaba ese día a consultar los fondos de libros, en la Universidad. Por lo que el primer fin de semana, me propuso ir a la biblioteca; pero al estar recién llegado y bastante cansado, expresé que prefería estudiar violonchelo en mi habitación. Por su parte, la madre, hacía la compra en en mercado los sábados; desde las diez, a las doce del mediodía (aproximadamente). Así, el primer fin de semana, me quedé tocando el chelo en el cuarto; pero después de las diez, no me di cuenta de que estaba a solas con la joven hija (quien parecía seguir durmiendo). Digo parecía, porque al poco tiempo de irse la madre y el hermano; tras oír la música, se dirigió al pasillo para hablar por teléfono. Lo que pude observar, porque casualmente había dejado entreabierta la puerta de mi habitación (para que corriese algo de aire). Aunque lo más “curioso”, es que aquella chica italiana, apareció con un camisón totalmente transparente y muy corto. De esa guisa, se puso a hacer llamadas telefónicas y yo dejé de tocar, para no molestar. Ella, se giraba de un lado a otro, tomando todo tipo de posturas; a cual más bella. Cuando terminó de hablar, se vino hacia mí y me dijo que no era necesario parar el chelo. Le respondí que lo hacía por no molestar; ante lo que esa inteligente italiana contestó que para eso, bastaba cerrar la puerta de mi dormitorio. Dejándome totalmente en evidencia; siendo cierto no haberla entornado, por mirarla en paños menores y mientras hablaba por teléfono.

           Llegó el siguiente sábado y expresé de nuevo al hijo segundo, no poder acompañarle a la biblioteca; ya que debería estudiar algunas partituras (para lo que apenas me dejaba tiempo el doctorado). La madre de la casa, salió hacia las diez, camino del mercado; momento en que volví a abrir levemente la puerta de mi habitación, mientras practicaba con el chelo. Apenas pasaron cinco minutos y de nuevo apareció la preciosa hija, esta vez con un camisón más pequeño y sin ropa interior. Me dio un vuelco el corazón, al haber acertado en mi intuición; suponiendo que lo vivido el fin de semana anterior, quizás sucedería. Tanto, que la escena fue muy parecida, aunque con mayor poder de belleza. Ya que la hija de la casa, no solo se mostraba; esta vez me sonreía, mientras hablaba por teléfono. Al terminar, se vino hacia mí, dándome las gracias por haber dejado de tocar; ya que ese instrumento era muy fuerte. Nunca supe si lo del “instrumento fuerte” iba con segundas, pero todo podía pensarse... . Luego, tras mostrar su gratitud, no cerró la puerta de mi habitación y se fue a su dormitorio. Donde jamás se me ocurrió seguirla, pues era muy joven y bastantes problemas había tenido en España con Úrsula.





SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de la preciosa ciudad de Bolonia. Arriba y abajo, La plaza Mayor con el Palacio Podesta y el Arcuso. Al lado, La Mercanzia.










2) Inteligencia femenina:

           Fueron dos meses, en los que cada mañana de sábado, practicaba el chelo y ella aparecía en paños menores; para hablar por teléfono. Ni yo cerraba la puerta, ni aquella chica se inmutaba ante mi mirada. Aunque, en ocasiones venía casi desnuda; algo peor, con camisones absolutamente transparentes y nada bajo ellos. Una situación que me llevó a tener cierta confianza y preguntarle si aquello no sería una falta de educación por mi parte, o si lo consideraba totalmente normal. Su respuesta fue, que entre amigos había confianza; por lo que al tenerme como un buen compañero de piso, todo era natural. Unos hechos que me hicieron iniciar una gran amistad con ella; ya que le estaba enormemente agradecido, porque nada decía, ni pedía (jamás hablaba de unirnos, ni menos de noviazgo). Lo que me condujo -irremediablemente- a una enorme estima y alternar con ella; saliendo con sus amigas, durante las tardes del sábado y algunos domingos. Momento en que le planteé que no podríamos llegar a una relación estable, porque yo tenía una novia austriaca en España (aprovechando de ese modo lo sucedido con Úrsula). Aunque aquella preciosa ninfa italiana aseveró que jamás pretendía unirse a mí; porque todo era una relación de amigos. De una gran amistad entre dos. Respuesta que me colmó de alegría; pues como le dije: -“Era una de las mujeres más bellas que jamás había visto”. A lo que contestó: -“¿Que quieres decir con eso de `visto´?. Eres un golfillo, pero muy simpático”-.

           Pero en la universidad se comenzaron a preocupar por mis estudios, al observar que no avanzaba al ritmo esperado. En esa tesitura y viendo que el rendimiento no era suficiente, habló conmigo el director de tesis; expresando que había bajado en mi trabajo. Debiendo decir la verdad, le narré mi situación. Contando como en la casa donde vivía; cada sábado me aparecía una Venus semi-desnuda. Por lo que había decidido salir algunas tardes con ella y sus amigas, para compartir los fines de semana. Aquel prestigioso catedrático, quedó muy pensativo ante mi historia; preguntándome la edad de esa chica, que tantas horas me quitaba de estudio. Le respondí que unos dieciocho años (tres menos que yo). Después, me aconsejó seriamente; advirtiéndome que si no me hacía su novio, la niña me iba a volver loco. Pero rematadamente majareta; pues las mujeres tienen el poder de enajenar a los hombres, cuando solo desean divertirse con ellos (por muy jóvenes que sean).

          Siguieron los meses y cada sábado estábamos los dos citados en el mismo lugar; cuando el hermano y la madre salían, dejándonos solos en la casa. Yo, con mi violonchelo, frente a la puerta del cuarto (abierta); ella con su camisón, para hablar por teléfono. Se generó así confianza y como vio que no la incomodaba nunca; su sonrisa era permanente, mientras realizaba esas llamadas (en ocasiones durante casi media hora). Llegaron las Navidades y vine a España, para estar con mis padres; pero tras mi regreso a Bolonia, tomó una nueva costumbre. Comenzando a decirme que se iba a la ducha; después de terminar con el teléfono. Desde el primer día que me lo comunicó, decidí abrir totalmente la puerta de mi dormitorio; para ver completamente el pasillo (de su habitación, al aseo). Acertando de nuevo, pues cada vez que la chica hacía ese recorrido, se le caía la toalla -de un modo o de otro-; dejando al aire su impresionante figura.

          Fue así como pasaron los meses y seguíamos amigos; saliendo juntos, con su grupo de compañeras y sin más relación que la del teléfono o el paseo de la ducha. Mi director de tesis me preguntaba acerca de lo que sucedía esos sábados por la mañana. Le narré que por entonces, no solo aparecía en paños menores (junto al teléfono); además, se le caía la toalla al salir del baño. Ante lo que mi profesor me decía repetidamente que me iba a volver loco; solicitando una foto de la bella chica (vestida, por supuesto). A lo que me negué, advirtiendo que jamás le daría una imagen de aquella buena amiga, ni menos el nombre o la dirección donde vivía. Pues debía mantener el anonimato y el secreto de alguien que me estaba haciendo tan feliz, sin pedirme nada a cambio.

              Así continuó nuestra misteriosa relación; hasta el día en que le pregunté con quién hablaba por teléfono, todas esas mañanas de sábado. Respondiéndome, que normalmente llamaba a sus amigas, para contarles cosas y lo que estaba haciendo conmigo. Riendo todas, cuando narraba el modo en que me martirizaba; mientras yo permanecía sentado, junto al chelo y con cara de idiota. Asustado, añadí si esas a las que telefoneaba, eran las mismas compañeras con las que salíamos por las tardes (los fines de semana). Respondiéndome de forma afirmativa y entre sonrisas; por cuanto no sabiendo como superar mi vergüenza, le expresé que no deseaba volver a verlas (sintiéndome abochornado). Tras lo que la bellísima italiana me dijo que si dejaba de ir con sus amigas; quizás a ella se le quitarían las ganas de hablar por teléfono (los sábados). Ya que todo el asunto tenía un gran componente de humor y se estaban divirtiendo muchísimo con mi historia.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Bolonia. Al lado, una de las torres centrales, vista desde las plazas (torre Garisenda). Abajo, palacio del Rey Enzo.









JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Bolonia. Al lado, iglesia en la Vía Castiglione. Abajo, calles y casas de la ciudad.









3) Ingenio y genio femenino:

           Finalmente, sabiendo que la niña de la casa hablaba cada sábado con sus allegadas, para narrar lo que hacía conmigo, a cada momento. Quise contárselo a mi director de doctorado; quien me advirtió, que eso ya era motivo para escribir otra tesis; esta vez dedicada a la mente femenina. Volviendo a aseverar que me estaba enloqueciendo; pues cuando una mujer deseaba divertirse con un hombre, hacía de él un pelele. Pese a todo, aquello tenía tanto misterio, que era imposible negarse a estar presente cada sábado; frente al teléfono. Simulando tocar el violonchelo, pero con el único fin de observar la belleza de una mujer absolutamente perfecta. Por cuanto mi felicidad y mi fidelidad a la cita, era absoluta. De ese modo, cuando la casa se quedaba a solas; bastaba dar unos acordes sobre el chelo, para que ella apareciera, realizando sus llamadas. Cada día luciendo un nuevo modelo; a cual más precioso, corto y “esfumato”. Tras ello, venía el momento de la ducha, con la pérdida de la toalla en el camino. Todo lo que era ya un rito de amistad y belleza, que cada fin de semana me regalaba la vida. Porque, en aquellos años, no existía la pornografía y las revistas eróticas todavía mostraban mujeres en paños menores. Unos hechos que hacían ver la vida sexual envuelta en enigmas y misterios; vistiendo de oro el mundo del amor y obligando a cubrirlo con verdadera belleza. Esa beldad que tan solo imagina y ensueña; nunca la que muestra una realidad cruda y obscena.

           Fue así como llegó la primavera, después de casi ocho meses de estancia en la casa, donde cada fin de semana se producía ante mí el milagro del Nacimiento de Venus. Lo que suponía más de treinta sábados; en los que la confianza con aquella gran amiga, era ya absoluta. Ella sabía que yo jamás saldría de mi dormitorio, ni la seguiría hasta su cuarto; yo conocía que no le importaba dejarse ver y que nunca me pediría una relación estable. Por todo ello, lo que semanalmente sucedía entre nosotros, avanzó para más; principalmente al venir los meses de calor. Llegando el día en que tras salir de la ducha, me dijo que en ese tiempo ya daba mucho gusto abrir las ventanas y relajarse sobre la cama. Mis dudas se acrecentaron al oír aquello, sin dilucidar bien qué expresaba; pero mi intuición me guió de nuevo hacia su mensaje. Conociendo como en toda aquella representación mágica, tan solo contaba la imaginación y el pensamiento (nunca el contacto). Siendo así, abrí los cristales de mi habitación, que daban justo con los de su dormitorio. Nada se podía ver, eran dos vanos de un mismo muro exterior; por lo que me quedé observando el patio interior, esperando asomado y sin saber qué hacer. Aunque en ese momento, llegó de nuevo la inspiración. Mejor sería hablar de su respiración; cuyo sonido fuerte comencé a oír. Tras ello, interpreté claramente que se hallaba en una sesión de “meditación a solas” y muy profunda; tanto, que al poco tiempo comenzó a chirriar el somier y finalmente hubo unos gemidos.

          Mi corazón palpitaba como el de un jabalí en un campo de melones. Pudiendo asegurar que si hubiera tenido alguna insuficiencia cardíaca, me hubiese quedado allí; más tieso que los congelados de oferta. Aunque a decir verdad, tieso estaba; y por debajo, peor que un camello momificado. Seguía asomado a aquella ventana; cuando detrás, escuche la voz de esa ninfa. Asustado y perplejo, me volví hacia ella; enrojecido, cargado de vergüenza. Quien con enorme dulzura, me preguntó: -“¿No te vas a dar una ducha?”-. Mi respuesta fue afirmativa; diciendo que no necesitaba una, sino tres y muy frías. Se quedó riendo y yo salí como pude hacia el aseo; sin soportar la situación. No sabiendo si era mayor mi rubor a mi deseo; tras conocer que la timidez concede al erotismo una nota de belleza, que jamás logrará la obscenidad. Comprendiendo como nada hay más bonito y atractivo, que esa Venus púdica; a la que tanto adoraron los romanos. Tras aquel sucedido, cuando nadie nos escuchaba; le recordaba su belleza, afirmando estar junto a un ser maravilloso, una mujer increíblemente preciosa. A lo que contestaba siempre igual: -“Tú eres un sinvergüenza; un niño muy simpático y muy golfo” (Sei un mascalzone; un ragazzo molto carino, e molto briccone )-.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Bolonia. Al lado, Palacio del rey Enzo. Abajo, Plaza Mayor con el Palacio de Notarios.










JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Bolonia. Calles y soportales de la ciudad.










4) El hacer sublime y femenino:

             Ningún hombre podrá comprender el mundo interior de una mujer, hasta que no la observe como a una diosa. Porque el sentido de la belleza en ellas, es sublime; mientras el masculino simplemente es tangible. Fue así como me hizo entender aquella italiana, la profundidad y serenidad que existía en una niña de apenas dieciocho años; del modo que jamás lograría un chico, ya maduro. Pues la fragilidad del pensamiento femenil se basa en un instinto de crear; mientras el nuestro se halla en poseer. Y es que si Dios está presente en la Tierra, siempre será en la forma de una mujer; capaz de engendrar y amar como madre. Ya que -tristemente- los hombres, somos solo un simple apéndice en el proceso de la Creación. Un apéndice al que llaman masculino; que en Italia -se sabe- provoca la mayor tontuna. Diciéndose allí “testa di cazzo”, al que en España se llama “gilipollas”; lo que debemos entender como tonto del pene (punto esencial, del que cuando uno es imbécil, ha perdido definitivamente las coordenadas vitales).

            Así fue como empecé a mirar cual una diosa, etérea y genial; aquella hija de la casa donde habitaba desde hacía casi nueve meses. Observándola como un ser de luz, capaz de inventar el amor, creando sensualidad en pura fantasía y tan solo con la imaginación. Sin necesidad de enturbiar nada; sin pedir algo a cambio, dando todo con verdadera amistad. Logrando cubrir las sensaciones con la mayor belleza y un enorme sentido del humor; haciendo de la risa la felicidad y del erotismo pura fantasía. La sentía, adorándola como a una Venus; sin atreverme siquiera acercarme a su cuerpo. Ella lo sabía y comprendió que para mí era una diosa; por cuanto cada sábado siguió con la misma escena. De ese modo, aquellas mañanas, comenzaba su guion en el teléfono, seguía en la ducha y terminaba con aquella meditación solitaria en su cuarto (que escuchaba desde mi ventana). No podía decirse que nos amábamos; pero tampoco era simple amistad. Por cuanto fui a mi director de tesis para preguntar qué sería lo que tanto nos unía. Tras narrarle que después de las llamadas y de que se le cayese la toalla en el pasillo; se podía escuchar como “meditaba a solas” -hasta que gemía-. Advirtió mi profesor, que eso ya era brujería, y que de haberme sucedido en los años de La Inquisición; hubiéramos ido los dos a la hoguera. Un comentario que me produjo risa, pero no me hizo gracia alguna. Porque yo sentía que esa niña me hacía feliz en mi soledad; sin solicitar algo a cambio. Regalándome siempre una sonrisa, cada vez que nos mirábamos; después de esas mañanas sabatinas.

            Pasó el tiempo y ella fue confiando más; al observar que jamás comentaba nada con terceros, ni intenté acercarme mientras se mostraba ante mí. Limitándome a amarla con la mirada, cuando requería mi atención. Por cuanto todo fue progresando; lo que sucedió un sábado en que apareció con unos abalorios en la mano. De ese modo, mientras charlaba con sus amigas por teléfono, observé que se colocaba unas pulseras en la muñeca derecha. Luego, se fue al baño y como acostumbraba hacer; perdió la toalla al salir de la ducha, camino de su dormitorio. En todo ello, no había novedad; hasta que al asomarme a la ventana para escuchar su “meditación”, comencé a oír un repiqueteo (como si dos cubiertos de mesa chocasen). Dándome pronto cuenta de que aquel sonido metálico, era el de las pulseras colocadas mientras hablaba por teléfono. Creí entonces que me moría; no sabía como podría haber ideado algo así una chica tan joven. Comencé a darle vueltas, hasta deducir que aquello nacía tras miles de años de cultura y civilización. Viniéndome a la mente: Las etruscas, las fenicias, las magno-grecas, las romanas, las godas, las cristianas y todas las mujeres bellas que habrían pasado por Bolonia; durante miles de años.

              Finalmente, cuando la noté terminar; pude entender como músico que ese maravilloso concierto de campanillas y soprano, acababa con un “allegro molto vivace”. De ese modo, asomado todavía en la ventana, reflexionaba sobre las múltiples civilizaciones logradas en Italia. Momento en que me percaté como la ninfa entraba en mi cuarto. Volviéndome hacia ella, con verdadero rubor; siendo evidente que yo estaba en el alféizar, para disfrutar de aquel coro de campanitas (hasta su final feliz). Pero la bellísima italiana no sentía vergüenza alguna; solo me sonrió, mientras se llevaba la mano hacia las pulseras de su muñeca. Luego, volvió a preguntar si quería ir a bañarme. Mi respuesta fue inmediata y tan sonrojado como sofocado, contesté que necesitaba tres duchas y muy frías. Ella se quedó riendo, moviendo los brazos; mientras el sonido del metal al chocar, me hacía enloquecer (tal como advertía mi profesor). Pero lo peor sucedió por la tarde; cuando salimos con el grupo de compañeras suyas y una de ellas se acercó a mí, para que la llevase a una joyería. No entendiendo lo que me proponía su íntima amiga; fui hasta el escaparate y frente a la tienda me pidió que le regalase unas pulseritas... . Yo no sabía donde meterme, me puse rojo, morado y hasta verde; aunque mayor fue mi vergüenza cuando el resto de chicas se acercó y comenzaron a decirme: - “No seas tacaño. Cómprale unas pulseras, que es la mejor amiga de la hija de tus caseros”-.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Bolonia. Fuente de Neptuno.











5) Lo inevitable:

              Llegó el calor y la niña tomó por costumbre subir a la azotea los sábados, para darse baños de Sol. La casa donde vivíamos era un típico edificio antiguo del centro de Bolonia. Con tres plantas y solo dos vecinos (en el primero, nadie habitaba). Sobre ese bloque, el tejado era plano, con una amplia terraza común; usada normalmente para tender la ropa. Aunque en los meses finales de primavera y durante el verano, subían allí algunas mujeres para utilizarla como solarium. Debido a ello, durante esos días, cerraban el acceso con cierta cautela; por que no entrasen hombres (haciéndose los despistados). Siendo así, nuestros sábados se completaron con numerosos pases y más escenas; que ya se sucedían del siguiente modo: Primero, las llamadas de teléfono, en camisón. Luego, la ducha; con caída de toalla. Más tarde, la meditación trascendental, acompañada del concierto tan allegro y de repiqueteo. Finalmente, su explicación sobre si aquel día llevaba dos, tres, cuatro o más pulseritas; un comentario cuyo significado nunca quise descifrar del todo, por no morir de infarto. Terminando las mañanas con sus andadas en bikini por el pasillo; para salir así hacia la azotea y tomar el Sol. En todo ello, yo la observaba como el que ve a una diosa; admirando su ingenio y su capacidad de amar, en el vacío más absoluto. Entregando la mayor felicidad, sin pedir nada a cambio; lo que me hacía sentir una enorme ternura y una infinita amistad hacia ella.

              Pero sucedió el día, en el cual se produjo lo inesperado. Vino hacia mí, intentando provocarme, cuestionándose mi sexualidad. Nunca sabré por qué hizo eso, ya que desde entonces se rompió la magia que había entre los dos y se rescindió ese pacto de “noli me tangere” (vivo hasta entonces). Todo ello, debido a que ese sábado de junio, mientras se dirigía a la azotea, preciosa y luciendo solo la parte de abajo del bikini. Se acercó a mí, preguntándome si me gustaban las mujeres. Muy extrañado quedé con la cuestión; respondiendo cómo podría plantear eso, si llevábamos ya casi diez meses “siendo tan amigos”. Pero siguió hablando de un modo demasiado contundente; aseverando que en ese tiempo no había hecho siquiera un amago, para tocarla. Le dije que era todo por respeto y debido a nuestra gran amistad. Ella se sonrió, contestando: -“Yo creo que tú no eres del todo macho”-.

           No sé por qué, pero aquello me dejó muy herido. Tanto, que esa tarde bebí demasiado; obligándola a acompañarme en mi triste borrachera. Íbamos casi dando tumbos por la calle y cuando se fueron sus amigas -dejándonos a solas- no me dí cuenta de lo que hacía. La tomé por un brazo y metiéndola en un soportal de las calles de Bolonia; la besé hasta el infinito. Ella, se dejó hacer, comentando si eso era también amistad. Le respondí que sí; que era el cariño de un buen macho. Ante lo que comenzó a reírse, advirtiendo que me veía muy tocado en el honor; pero que solo pasaba eso a quienes no tenían mucha seguridad en su masculinidad. Pues un verdadero hombre, jamás se inmutaba; aunque una chica le preguntase si era homosexual. Fue decir aquello y creí que me volvía loco. La tomé en brazos, la llevé en volandas por las oscuras vías boloñesas y caímos los dos en un sofá que alguien había dejado en la calle. Sentado en él, la retuve y la besé, hasta hacerle daño. Luego, nos miramos, preguntándonos qué hacía allí ese asiento; en la acera. Tras levantarnos, pudimos observar que alguien había dejado el mueble en el lugar; junto a un contenedor, para tirarlo a la basura.

              Estábamos completamente borrachos y comenzamos a pensar que no podíamos abandonar ese valioso sofá, en medio de la calle; comenté que sería magnífico para tomar el Sol en la azotea. A ella le pareció una idea maravillosa, por lo que cargamos con él a cuestas, casi medio kilómetro. Descansando cada vez que nos sentíamos agotados; sentándonos allí y aprovechando para besarnos. Tanto era, que muchos de los que pasaban junto a nosotros, nos increpaban por esa pasión; advirtiendo que llevábamos hasta un sillón, para magrearnos en plena acera. Entre aquellos, hubo todo tipo de comentarios; desde quienes pensaban que era una gran novedad, a los que consideraban una perversión mobiliaria, esa modalidad de darse “el lote”. Fuera como fuese; logramos llegar hasta el portal de la casa donde vivíamos. Pero el problema allí radicó en subir el mueble; más rígido y pesado que un alemán borracho cantando Flamenco. Lo peor, es que debíamos llevarlo escaleras arriba, tres pisos y sin hacer apenas ruido. Aunque muy rápido encontramos la solución; parando en cada descansillo y dándonos una buena friega de besos durante el largo tiempo de intermedio. De ese modo, si había diez paradas en las escaleras, estuvimos casi diez minutos en cada una de ellas (exceptuando las cercanas a su piso, no fueran a oírlo y descubrirnos).

               Casi después de una hora, llegamos finalmente hasta la azotea; pudiendo dejar allí el sofá que iba a servir como pieza de solarium. Pero al entrar, ella cerró la terraza con llave; tras lo que se abalanzó sobre mí -literalmente-. Pensé que si en España se hablaba del “salto del tigre”; aquello debía ser el “salto de la pantera”. Aunque antes de que me “atacase” de ese modo, estaba seguro de que algo sucedería; pues mientras echaba el pestillo por dentro, me miraba con cara de haber urdido un plan divertido. Todo lo que se confirmó al momento, cuando me empujó con ambas manos; haciéndome caer de espaldas sobre el asiento. A la vez que profería una palabra onomatopéyica; expresando un “chas”, mientras me tiraba hacia atrás. Una vez allí, sentado por su impulso; se vino hacia mí y poniéndose encima, me abrazó, diciendo: -“Esto no nos lo podíamos imaginar; pero es una verdadera amistad”-.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Bolonia. Al lado, de nuevo la Fuente de Neptuno. Abajo, San Petroneo.










JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Bolonia. La fuente de Neptuno y la Plaza con los palacios.










6) De la belleza a la fiereza:

              Si aquella mujer era impresionante, mientras hablaba por teléfono, al perder la toalla o al interpretar su recital de pulseras. De cerca, se convertía en un ser iluminado, cuya estética no llegaba a comprenderse. Su piel tenía un tacto y un sabor dulcísimo (seguramente debido a la juventud) y sus facciones eran absolutamente maravillosas. Con unos rasgos que denotaban esa mezcla de mil culturas, existente en el Norte de Italia; donde no son rubias, ni morenas, ni de ojos azules o pardos (sino grises). Además, sus líneas corporales figuraban lisas y curvas, perfectamente formadas; guardando unas proporciones exactas. De ese modo, tuve un ser tan divino sobre mí y comencé a disfrutar de la joven diosa, dando gracias a la vida por entregarme tanto. Fue entonces, cuando voluntariamente se desnudó el torso; pudiendo ver de nuevo aquel pecho absolutamente modulado, terso y elástico. Luego, comencé a besarla por entero, mientras vi como se estremecía de un modo precioso. Tanto que la advertí, no gimiera así; porque estábamos en la terraza y alguien podía oírnos. En ello, me pidió que la acariciase el pelo, añadiendo que lo tenía muy suave. Le puse la mano en la cabeza, ante lo que me respondió con una picardía más; comentando como eso que yo tocaba, no era el pelo, sino el cabello (Ciò che stai toccando non sono peli, sono capelli).

             Comencé a reír, ante la nueva idea de aquella preciosa mujer; que en ese instante se quedó desnuda, frente mí. Volviendo a solicitar que le acariciase el pelo, porque lo tenía muy suave. Fue así como llevé mi mano hacia “el triángulo de las Bermudas” (donde todo hombre desaparece). Pudiendo comprobar que era absolutamente cierto; pues sin ser un especialista en el tema, sentí que aquello no era astracán, ni siquiera conejo; sino la más fina marta cibelina. Impresionado ante tanta finura en el vello; le pregunté si la enorme suavidad se debía al modo en que se lo cuidaba y cepillaba (con o sin pulseras; los sábados o a diario). Su respuesta fue el típico improperio italiano, soltándome un: -“Stronzo” (estúpido)-. Tras lo que me dio una pequeña bofetada, dejándome un tanto perplejo. Después, me pidió que la hiciera el amor; ante lo que me incorporé, asustado por la propuesta y la escena. Comenzando a preocuparme y sin desear quitarme una sola prenda de ropa; por ser consciente de las consecuencias que esa situación podría tener.

            No sé qué me pasó, pero al momento noté que se me iba la borrachera, viniéndome a la cabeza una serie de temores; relacionados con Úrsula, los chuletones de Ávila y un miedo terrible a comprometerme. Pensando, además, que aquella chica era jovencísima; se podía quedar embarazada y no poníamos medios para evitarlo. Por lo que, sin saber cómo salir del atolladero, se me ocurrió decir: -“¿Tú no te preguntabas si yo era homosexual?. Pues así te quedas; porque a un español no se le hace eso”-. De ese modo, me separé de su cuerpo y se vino hacia mí, cuestionándome si la iba a dejar de tal guisa. Ante lo que se me ocurrió comentarle, que si necesitaba las pulseritas, se las traía; para poder terminar la noche con ritmo. Tras ello, intenté salir de la azotea, pero antes de llegar a la puerta, ella me tomó fuertemente del pelo (el de la cabeza). Tirando con fiereza, como si me quisiera arrancar la cabellera; expresando con enfado y en voz baja: -“Yo a ti, te mato; te asesino” (Ti ucciderò o ti assassinerò)-. No sé como logré abrir el pestillo, escapar y bajar la escalera a toda prisa; llegando pronto a mi cuarto (donde cerré la puerta por dentro y me eché sobre la cama). Tras ello pensé que a partir de ese momento, la niña me odiaría; pero peor hubiera sido completar totalmente “nuestra amistad” sobre el sofá. Lo que suponía mi obligación de aceptarla como novia oficial; además, con el alto riesgo de provocar que fuese una madre oficiosa (embarazada). Así volví a arrepentirme por jugar con una chica; algo que solo pueden hacer los desalmados o los borrachos. Pidiendo perdón a la vida por haberla besado, tras beber demasiado; tan solo para demostrarle lo mucho que me gustaban las mujeres.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
llegada a las Torres de Bolonia, bajando por Via Castiglione (al lado) y por la Mercanzia (abajo).










7) Guerra y paz:

           La mañana siguiente fue de domingo y no me atrevía a salir de la habitación. Sobre las once, la encantadora madre de la casa vino a buscarme al cuarto, preguntando por qué no desayunaba. Le respondí que debía practicar sobre el chelo; pero la agradable señora, abrió la puerta de mi habitación con una taza de café en la mano. Luego, me invitó a acercarme a la cocina; comentando que allí estaban mis tostadas (preparadas desde hacía horas). Afirmó que me esperaban todos, ya que al medio día tendrían que salir, a oír misa. Porque durante esos festivos, se reunía con los dos hijos mayores; para que alguno le acompañase a la iglesia.

             En esa tesitura, me vi obligado a dirigirme hacia la cocina; donde, probablemente estaría ella. Allí entré temeroso y no me confundí al hacerlo; pues la encontré con un café en la mano y ojos cuasi asesinos. Al verme, se llevó a la boca el tazón, pudiendo observar su mirada, que se blandía sobre mí, con odio. Sus dos bellas pupilas, se me clavaban, observándome por encima del recipiente; como si me estuviera apuntando al modo de un francotirador. Luego, bajó la taza, se descubrió el rostro, cerrando los párpados; volteándose sobre sí misma, para no verme. Yo comencé a intentar tragar las tostadas, que no pasaban por mi garganta; al tenerla más seca que la de un sacristán metido a torero. Las manos me temblaban y no sabía qué decir; pero al momento, entró la madre; viniendo de la azotea, donde había ido a tender la ropa (recién lavada). Preguntaba la encantadora señora, qué era ese raro sofá, que vio arriba, en la terraza. Me dio un vuelco el corazón y cometí el error de responderla cuestionando “de qué mueble hablaba”. Al momento, la hija cambió de cara; indicando con su gesto, que yo era más idiota de lo que nadie imaginaba. Me callé y la niña contestó que se trataba de un sillón subido por alguien, la semana anterior y para tomar el Sol. Siguió la progenitora hablando sobre ese asiento desconocido, comentando cómo podrían recostarse allí, si estaba totalmente manchado. Mis nervios me llevaron a cometer un nuevo error, interviniendo en la conversación; preguntando qué suciedad tenía (preocupado, por si eran huellas de nuestro acto de amor). Fue entonces cuando la hija se enfadó; expresando de forma adusta, que la conversación era absurda. Pues a nadie importaba el referido sofá, que algún imbécil había dejado arriba. Tras ello, salió de la cocina muy molesta y mientras se iba, me dijo en voz baja: -“Esta tarde, hablamos”-.

             No pude comer ese día, apenas tragaba las tostadas y tan pronto como logré escapar de la cocina, volví a mi cuarto. Allí esperé hasta que después del almuerzo, ella llamó a mi puerta, para proponerme ir a tomar un café en un local de la plaza. Me arreglé como pude y salí muy inseguro; intentando disimular que hubiera algún desencuentro entre nosotros dos. Así llegamos a la calle, donde la bella italiana me preguntó, con gran educación, por qué había hecho eso la noche anterior. Respondí que por tres razones: La primera, debido a que tenía una novia austriaca, en España. La segunda, porque no podía comprometerme, pues tras mi estancia en Bolonia, debería volver a mi país (con esa pareja). La tercera, por miedo a un embarazo, ya que no poníamos medios para evitarlo.

           Así, hablando, llegamos a la cafetería; y tras pedir dos capuccinos -después de haberme escuchado la niña con mucha atención- me contestó del siguiente modo:  -“Tú, no tienes novia; ni austriaca, ni española. Porque en los diez meses que llevas en nuestra casa; no has recibido llamadas, ni menos, cartas de ella. Eso es algo que cualquier mujer puede intuir; pues si hubieras tenido pareja, habrías cerrado la puerta cuando yo hablaba por teléfono (en paños menores). Dicho esto, yo no voy a ser tan idiota de impedir un embarazo; lo que podías haber preguntado en la azotea. Es decir, no fueron esos los motivos para rechazarme”-.

          Entonces me di cuenta, que cuando una mujer es inteligente, es Dios en la Tierra. Porque no solo me había descubierto, dejándome sin argumentos. Sino, me obligaba a reconocer mi actitud, mentirosa y malintencionada. Por cuanto, no insistí en demostrar que tenía una novia austriaca, como dije en su momento (enseñando alguna foto de Úrsula). Me limité a pedir perdón; expresando que la había besado en la calle, muy borracho y sin ser consciente de que acabaríamos, tal como habíamos terminado -en la azotea-. Insistí en que me disculpase, una y mil veces; mientras ella me miraba, sin ira, ni odio; pero con cara de indiferencia. Notaba que había dejado de creer en mí, por lo que pregunté qué iba a pasar entre nosotros, desde ese momento. Muy serena, me respondió que nunca había sucedido nada; a menos que yo lo dijera. Después se cuestionó por qué tenía tanto miedo a las mujeres; y me vi obligado a responder que había sido tras un desengaño amoroso. Ella lo entendió; añadiendo, que -además- se notaba mi poca experiencia en el sexo. Tras lo que sentí vergüenza, aunque tuve que reconocer, se debía al mismo desengaño y al temor de vivir algo igual. Por lo que, una vez descubiertas mis cartas y conocidos mis problemas; me propuso “un tratado de paz”, consistente en que le trajera a mi compañero Carlo. Además, yo debería atender a su íntima del grupo (llamada Gabriella), para salir los cuatro juntos; ella con mi amigo y yo con la suya.

          El tal Carlo, era un italo-suizo, que medía 1,90 y había hecho la Mili en la Guardia Vaticana del papa. Estaba mejor acabado que un Adonis de primera mano y se había licenciado en Derecho por la universidad de Lovaina -con premio extraordinario, fin de carrera-. Para colmo, se consideraba el número uno, entre los que preparábamos el doctorado en Bolonia; y se lo rifaban hasta las profesoras. Por cuanto, mi misión era que aquel apolíneo se fijase en mi joven amiga de las pulseras; sin comentar nada acerca de la extraña relación que nos había unido (hasta la noche de la azotea). Algo, que increíblemente conseguí, porque a mi compañero le encantaban las mujeres muy alegres y simpáticas. Interesándose por conocerla, cuando dije que le iba a presentar a la chica más ingeniosa, guapa y divertida de Italia. Tras ello, le expuse que era como una hermana para mí y debía cuidarla bien; ya que tenía ocho años menos que él.

           Así fue como llegó el siguiente sábado, en el que yo volví a tocar mi chelo; desde las diez de la mañana. Como todos los días, cuando la madre y el hermano se fueron y nos quedamos solos en la casa; dejé la puerta abierta. Pero con enorme sorpresa, vi como ella salía de su habitación en bikini, muy maquillada. Pronto, se vino hacia mi cuarto y cerrándolo, dijo: -“Así te quedas, tocando el chelo; poco macho. Que yo me estoy preparando para Carlo y subo a la azotea”-. Ni se me ocurrió abrir el dormitorio, menos aun la ventana; sabiendo que estaba desahuciado de las exóticas artes, practicadas por aquella joven tan preciosa. De ese modo, permanecí en mi habitación, estudiando; hasta que todos regresaron a la casa y comimos juntos. Luego, salí con la hija, como acostumbrábamos hacer los fines de semana; pero en este caso, la llevé hasta el piso donde vivía Carlo (alquilado y compartido con varios estudiantes). Nadie más que él, estaba en el apartamento; y tras llegar, observé como ambos entablaron una divertida conversación. Me mandaron ir a la cocina, por hielo y bebidas; pero cuando regresé, me los encontré besándose. Mi sorpresa fue mucha, necesitando pedir perdón para entrar en ese salón. Les serví unas cervezas y algo más, dándome muy pronto cuenta de que sobraba en aquella escena. Por lo que pedí permiso para irme; a lo que ella me contestó que no había problema. Sugiriendo que me marchase; pero que al día siguiente (domingo), íbamos a salir los cuatro: Ella con Carlo y yo con su amiga íntima.

           Entendí que era una orden y me fui del lugar con media ración de envidia y otra media de cuernos (totalmente merecidos). Mientras regresaba a la casa, venía pensando las idioteces que tenía en mi cabeza; habiendo soñado con vírgenes y vestales. Pensando en etruscas, fenicias, magno-grecas, romanas y largo etcétera de ninfas; que poblaron Italia, desde hacía milenios. Aunque en todo lo sucedido, lo que más me extrañó fue cómo esa chica de tan corta edad, se había dado cuenta de mi estado emocional. Comprendiendo el miedo que yo sentía ante las mujeres y el temor de volver a ser capturado por una de ellas. Pero sobre todo, supo de mi negativa a enamorarme; después del terrible desengaño que había sufrido (poco tiempo atrás). Pues -como digo- cuando una mujer es inteligente; por muy joven que sea, es el mismo Dios en la Tierra.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Arriba y al lado, las Torres Garisenda y Asinelli. Abajo, palacios de la Plaza Mayor.










8) Rávena:

           Desde aquel sábado en que le presenté a Carlo, mi vida en Bolonia cambió radicalmente; ya que los fines de semana tenía que atender a Gabriella y ver como mi compañero se magreaba con aquella niña, que fue la de mis ojos. Aunque bien merecido lo tenía, al no haberme atrevido a conquistarla hasta el final. Por lo demás, su madre estaba feliz, al conocer que el novio elegido era aquel apolíneo; licenciado en la Universidad Católica de Lovaina y considerado un portento en Bolonia. Dotes, que debían ser muchas y muy variadas; pues pude comprobar que las mujeres le seguían y servían por doquier. Todo lo que no le debía importar mucho a la joven de las pulseras; que recelosa, negaba sus celos. Por su parte, mi segunda misión en ese armisticio firmado con ella, tras la contienda en la azotea. Era más difícil de cumplir, porque ir de acompañante con su íntima amiga resultaba arriesgado y terrible. No solo porque aquella Gabriella, decía que estaba loca por mí y deseaba casarse conmigo; pese a que apenas nos conocíamos. Principalmente, debido a que la chica tenía la apariencia de un “perrete”; tanto, que muchos días miraba sus facciones, pensando cuál sería su raza canina. Llegando a la conclusión de que era una mezcla de pekinés, con caniche. Pero, eso sí; muy simpática -como todos los chuchos “siete leches”-.

           Siendo ese el modo en que me tocó cargar con la dichosa Gabriella los festivos; quien a cada momento, me pedía besos -semejantes a los que daba mi amigo a su novia-. Por todo ello, mi único remedio era beber; y una vez borracho, superar la prueba exigida. Aunque lo peor sucedía por las noches, cuando ella se excedía en el alcohol y me solicitaba a voz en grito que le hiciese algo; tras lo que Carlo y la niña de las pulseras, se reían mientras se magreaban. Llegando Gabriella a comentar en voz muy alta y por las calles, que no podía más de amor; pero que yo la rechazaba. Así, cuando cogía una buena moña y no se la atendía; hablaba con cualquiera que se nos cruzaba, relatando su desesperación porque no la tocaba. Toda una vergüenza para mí, pero un enorme divertimento para mi compañero y su feliz chica; que se divertían observando las perrerías que mi pretendienta cometía (nunca mejor dicho lo de perrerías). Llegando a pedir que le hiciera el amor en plena vía pública; con más alcohol encima, que la barra de una tasca murciana. Luego, cuando no la besaba; echaba a llorar, desesperada. Narrando a cuantos había cerca, que la estaba repudiando; a voz en grito y en cualquier lugar de Bolonia (cerca de la universidad o en la plaza más concurrida).

             Un día en que fuimos a cenar los cuatro, Gabriella me comentó que toda su familia había salido a Rávena, para pasar el fin de semana en la villa campestre. Tras ello, dijo que iría a una farmacia, a comprar preservativos; porque después tendríamos una noche de amor. Ante mi negativa, expresó que no había peligro y que ella lo pondría todo: La casa, la cama y hasta los anticonceptivos. Pero harto ya de su insistencia, le repliqué que no me fiaba ni lo más mínimo; tanto que estaba seguro de que pincharía los condones con agujas. Añadiendo como en nuestra relación tan solo había dos cosas en común: Que ella quería casarse conmigo, de cualquier forma; mientras yo deseaba no casarme, por cualquier medio. Fue oír aquello y se enfureció; levantándose en el restaurante para decir a los que nos rodeaban, que yo la estaba rechazando de un modo humillante. Siendo así como los comensales de las mesas cercanas, comenzaron a increparme. Para colmo, añadió que yo era español; lo que provocó una oleada de críticas, principalmente provenientes de los hombres. Comenzando a lanzar improperios contra mi país y a decirme de todo; llegando algunos a tirarme trozos de pan. Momento en que me di a la fuga, aprovechando la ocasión y evitando así la prometida noche de amor que me proponía aquel “perrete”.

                   Pedí a Carlo y a su novia que tranquilizasen a Gabriella y su íntima amiga le explicó que yo no tenía mala intención. Sino que era un poco mariquita (receloso de las mujeres); aunque cuando me ponía, lo hacía muy bien. Aquella explicación, que creyeron iba a calmarla; supuso que mi pretendienta se excitase más. Deseando probar como amaban esos hombres refinados de España, algo afeminados. Expresando a todo momento, que le gustaban los chicos muy finos y que por favor le hiciera “algo de ese tipo”. Tan pesada se puso y tanto bebí una noche, que la besé; ella se desnudó el torso y hasta allí llegué. Parando cuando observé que sus pechos parecían dos lenguados, recién pescados. De ese modo, me pidió seguir y no sabiendo como salir del atolladero, aludí a mi poca masculinidad; por lo que allí se acababa la sesión. Creyendo que se iba a enfadar, le encantó mi postura, afirmando que dejar así a las mujeres, era bestial y muy erótico. Pidiéndome que me casase con ella; ya que su familia tenía grandes fincas cerca de Rávena y podríamos ser muy felices. En esos momentos y mientras estaba con aquel perrete semidesnudo entre mis brazos; me preguntaba por qué me había puesto tanta penitencia la niña de la casa, tras el altercado de la azotea.

            Tan pesada se puso Gabriella, hablando de matrimonio, de sus fincas y del modo en que estudiaba agricultura -sabiendo hasta conducir un tractor-. Que Carlo y su novia, decidieron visitar esas propiedades. Para tal excursión, debía llevarles en mi coche; por cuanto volvía la pesadilla, en un nuevo plan de los cuatro juntos. Mayor problema suponía que la anfitriona nos propuso dormir en la villa de sus padres; a lo que yo me negaba, pero no hubo más remedio que aceptar la grata invitación. De ese modo, fuimos un fin de semana, a comienzos de julio y con un calor de mil demonios. Visitando primero aquel lugar que hasta me sonaba a Rabo, llamado Rávena. Pese a lo que muy pronto cambié de opinión, al ver que era una de las más bellas ciudades de Italia.

            El camino hacia esa urbe monumental fue desastroso; nada más entrar en el coche, se percataron que olía a vino. Preguntando por qué la tapicería tenía ese aroma a bodega; debiendo explicarles que se me habían roto unas botellas (sin querer dar más datos). Subieron Carlo y su chica en la parte de atrás y me dejaron con la loca al lado; que no hacía más que bromear y meterme la mano entre las piernas -mientras yo conducía-. Algo peligrosísimo, porque las carreteras de Bolonia a Rávena eran muy estrechas; y porque solo llevaba puesto mi traje de baño (debido a las altas temperaturas). Por lo demás; detrás se oía todo tipo de gemidos, gritos y hasta ladridos. No pudiendo acertarse si esos pasajeros del asiento posterior, estaban haciendo el amor o practicaban karate. Para mayores, sacaron pronto cervezas y se pusieron a pimplar; cantando en italiano y bailando dentro del coche. Llegando a moverlo con sus danzas, provocando bandazos; temiendo salirme del asfalto. De ese modo, con tres borrachos en el vehículo, dos magreándose tras de mí y una pirada metiéndome mano; intentando no estrellarme, logré llegar a Rávena. Una ciudad maravillosa, que visitamos hasta la tarde; momento en que fuimos hacia la villa campestre de los padres de Gabriella.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Rávena, sus iglesias.











SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Rávena. Tumba de Gala Placidia y templo de San Vicente.









9) Playa de la Libertad:

             Llegamos al atardecer a esa finca, llena de olivos y muy cercana al mar; donde nos esperaban para cenar los familiares de aquella pretendienta mía. Quien al salir del coche me presentó como su novio; momento en que yo no sabía dónde meterme. Fue entonces cuando el padre (con aspecto de mastodonte) me abrazó, del modo en que se toma a un futuro yerno. Mientras la madre (que pesaba cientos de arrobas) me besaba con pasión, advirtiendo que era un chico muy apuesto. A lo que su hija añadió que además, casi doctor en Derecho por la Universidad de Bolonia; todo lo que fue muy celebrado. Después, nos enseñaron la enorme villa, nuestras habitaciones y pasamos finalmente al comedor; donde nos tenían preparada una gran mesa, plena de manjares y bebidas. Allí cenamos de manera opípara; aunque los más comilones fueron los dueños de la casa (él parecía Pantagruell y ella Eliogábalo en las Saturnales). A los postres, pusieron música; debido a que la afición de la madre era cantar ópera. Por cuanto, ese ser inmenso, se puso a dar gorgoritos durante largo tiempo, mientras el resto nos mirábamos con cara de desconcierto. Finalmente, el padre comentó que debía irse a dormir; porque acababan de recortarle la nariz y el mentón, ya que sufría de prognatismo y rinofima (doliéndole todavía las cicatrices). Siendo ese momento en el que comprendí por qué la hija tenía un aspecto tan de mascota; pareciendo un caniche, mezclado con un pekinés. Llegando a la convicción de que si me casaba con aquel “perrete” y teníamos hijos; si salían a su madre, serían como una foca canina. Pero si se parecían al abuelo, podrían resultar un rinoceronte al que le crecía el cuerno y la barbilla.

             Más tarde, fuimos a los dormitorios, donde por suerte habían dispuesto un cuarto para la chicas y otro para nosotros. Pero, nada más entrar, mi amigo me advirtió de que en cuanto la hija avisase, que ya estaban todos dormidos; él iría al de su novia. Ante lo que pregunté -con gran preocupación- si Gabriella vendría al nuestro; lo que no pudo contestar, ni le importaba. De ese modo, una hora más tarde, dijeron las niñas que ya no había problemas, saliendo Carlo de la habitación en dirección a la de su amada. Al poco tiempo y con horror, vi que entraba en la mía esa “pretendienta”; y no sabiendo qué hacer, le comuniqué mi negativa a dormir con ella. Me advirtió que iba a decir a sus padres que yo era maricón; sobre lo que asentí debía hacerlo, aseverando que me parecía una gran idea. Después, me encerré en el cuarto de baño; explicando que dormiría en la bañera, antes que juntos. Al rato de permanecer allí, cerrado; escuché como increpaba tras la puerta: -“Frocio, finoccio, checca”- (todos, sinónimos de homosexual). Pero, afortunadamente; luego se marchó del dormitorio y pude descansar en una cama a solas. Por lo demás, no sé, ni me preocupa; lo qué sucedió en la otra habitación, ni lo que Carlo pudo hacer con las dos italianas. Porque lo único bueno de esa noche fue que mi amada huyó, considerándome un “desecho de hombre”.

         A la mañana siguiente, tuvimos que desayunar en familia y visitar la hacienda; la explotación agraria y hasta montar en tractor. Ya que Gabriella estudiaba “ciencias agrarias” como decía; un “módulo de formación” para el que solo se necesitaba el Graduado Escolar y constaba de dos cursos -aunque llevaba tres años en el primero-. Pese a lo que su familia afirmaba, era muy aplicada y una magnífica conductora de tractores; por lo que fue obligado dar un gran paseo recorriendo la finca, subidos a ese vehículo. Tras ello, nos comunicó la anfitriona que íbamos a comer de picnic en Playa Libero (de Lido Dante) a unos cinco kilómetros de allí. Para lo que sus padres nos habían preparado unos escalopines y sandwiches; aunque no podían acompañarnos. Por cuanto, nos despedimos de esos mastodónticos suegros que me habían buscado y salimos hacia el mar; aunque al llegar a la orilla me percaté que nos había llevado a una playa nudista (sin preguntar). Expresé que no me quería quitar el traje de baño; pero “mi pretendienta” nos comentó que era mixta y se permitía el textil, animándome ir al agua. En ese momento, con gran sorpresa, vi que Carlo y Gabriella se quedaban tal como vinieron al Mundo; marchando juntos a chapotear en el mar. Después y cuando los dos venían hacia nosotros (saliendo de las olas) comprendí por qué mi compañero tenía tanto éxito con las mujeres. Pues si medía 1,90 de altura; había que sumarle otros veinticinco centímetros más, en el total de sus proporciones.

         Fue entonces cuando me acordé de una bellísima amiga, de origen irlandés, que me contó una curiosa anécdota relacionada con aquellos tamaños. Narrando como su marido y los socios de un club, comentaban que uno de los que jugaba con ellos era conocido como “el anaconda”. Aunque todos le apodaban John-Po-John; es decir, en español: “Yon Pollón” (pese a que se llamaba Manolo). Pero ella, acostumbrada a los apelativos anglosajones, no se acordó del verdadero nombre; y estuvo una tarde entera llamándole “John”. Así pues, tras esa larga charla, aquel al que también denominaban “el anaconda”; antes de despedirse, le dijo a la guapa irlandesa: -“Muchas gracias por todo. Por cierto, mi nombre es Manolo. Aunque lo de John me encanta”-. Tras lo que ella preguntó a su marido, por qué ese chico afirmaba llamarse Manolo y le gustaba tanto lo de John. Recordándole el esposo, que efectivamente; le apodaban “Yon Pollón”; pero no era John, sino Manolito el del gran pito. Todo lo que hacía referencia a mi compañero; que desde ese día fue bautizado como: “Carlo, cazzo largo”; porque se lo podía atar a la espalda mientras nadaba.

          Nada comenté a su novia, sobre estos hechos; ya que me parecía un poco grosero meterme en comparaciones y en razones para amar. Pero observé con extrañeza como ella se quedó en la orilla, junto a mí y sin quitarse el bikini; expresando no apetecerle entrar en el mar. Le pregunté por qué no se desnudaba (como hacía su amiga); respondiendo que su novio no le dejaba. Tras comentarle que Gabriella, sin ropa; parecía una albóndiga, con dos lenguados colgando. La chica de la casa se rio, afirmando no comprender por qué rechazaba a su compañera. Le respondí que era horrible y además, una enajenada. Aseverando que ya no iba a salir más con ella y que si no me la quitaba de encima, le iba a contar todo a Carlo; hasta lo de las pulseras. Se enfadó al oír mi comentario, marchando de mi lado; pero al rato regresó, expresando que podía entenderme. Prometiendo lograr que su amiga loca, se alejase de mí. En ese momento descansé y le rogué encarecidamente que lo hiciese; explicando que había una oportunidad cercana, ya que muy pronto cerraban la Universidad por vacaciones y yo tendría que regresar a España (durante más de un mes). Por cuanto, desde mediados de julio y hasta septiembre; se podría despistar a Gabriella, para que no volviera. Mientras le pedía aquello, veíamos a Carlo jugando con esa albondiguilla de mujer, entre las olas; tocándola por todos lados. Le pregunté qué había sucedido en la habitación, durante la noche anterior; después de que yo me negase a dormir con su amiga. Ella se echó a llorar y no quise saber más. Cayó la tarde y regresamos a Bolonia; por suerte, estaban todos muy cansados y se durmieron en el trayecto (que duró apenas, hora y media).




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Rávena. Sus Calles y monumentos.










SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Rávena; iglesias paleo-cristianas y palacios.










10) La ruptura:

         A mediados de julio se cerró el curso lectivo en Bolonia y regresé a España, para pasar las vacaciones con mis padres. Volvimos al chalet de El Escorial, donde en agosto apareció mi hermana con un novio que se había “agenciado” en Austria. Un chico llamado Volker, encantador y muy culto, pero de tipo teutón; es decir, con casi dos metros de altura y más de cien kilos. Les llevé a Segovia, Ávila y Toledo, para entablar amistad y como solía realizar con los extranjeros que nos visitaban. Aunque, en este caso aproveché para hacerme varias fotos, abrazándole. Una actitud, por la que aquel austriaco comentaba lo efusivos y cariñosos que éramos en España. Pues, cada vez que me fotografiaba a su lado, le llamaba “cuñado” y le pasaba el brazo por encima. Mi hermana estaba un poco extrañada, pero le advertí que eran costumbres adquiridas en Italia. Sin explicarle que el fin de aquellas imágenes iba a ser mandarlas a Bolonia; para que las enseñasen a Gabriella. Comunicando a mi pesada pretendienta, que aquel hombre era mi novio (logrando apartarla de mí). Por lo que realicé varias copias y escribí desde España a la hija de la casa; explicando que había encontrado la mejor solución, para deshacerme de su amiga.

         Llegó septiembre y regresé a Bolonia; allí me recibieron con enorme cariño en la universidad y en la familia donde vivía. El primer día, pregunté a la hija si había mostrado las fotos a Gabriella. Aunque me contó que no hizo falta; porque le encontró un nuevo novio, entre los que enseñaban a conducir tractores y estaba encantada con él -todo resuelto-. Asimismo, me interesé por Carlo y su idilio; mostrándose ella muy disgustada. Comentando que tenía amantes por doquier y que solo venía a recogerla cuando quería sexo; sin preocuparse de más. Una situación que nada me gusto; por cuanto le prometí hablar con mi compañero.

        Comenzó el curso y decidí dedicarme solo al estudio. Tanto, que los sábados por la mañana, acompañaba al hijo segundo a la biblioteca (para ampliar fuentes); o bien me quedaba estudiando, pero con el pestillo del cuarto echado. Dejé de salir con la hija de la familia, dedicando solo el tiempo al Derecho y a personas relacionadas con la universidad. Debido a que muy pronto tendría que leer la tesis y terminar mi estancia en Italia. Poco después, llegó el mes de octubre, momento en que la niña de la casa vino a pedirme ayuda, comentando que Carlo no la trataba como novia, ni siquiera la consideraba amante. Que había decidido regresar a Suiza, tras doctorarse; sin tener en cuenta la relación habida entre ambos. De ese modo, intenté mediar, pretendiendo cambiar el parecer de mi compañero. Pero, cuando fui a verle, aseveró que para él las mujeres eran un simple divertimento; deseando hacerse rico y no casarse hasta vivir como millonario. Siendo su ambición ganar el primer millón de dólares, antes de cumplir los treinta años; aseverando que nunca pensaría en el matrimonio, hasta los sesenta. Por cuanto, lo mejor sería, que yo comunicase a mi amiga, que en un mes se iría de Bolonia. Sin desear conservar de ella, más que el recuerdo de aquel amorío. Tras escuchar esas palabras, recriminé su actitud; comentando que era un miserable. Después de mi responso, Carlo me invitó a salir del apartamento donde vivía. Le contesté, que me iba y para siempre; porque jamás deseaba tener noticias suyas (al considerarle un malvado). Algo que realmente sucedió, pues desde aquel día; nunca mantuve contacto -siquiera le saludé, al cruzarnos en la universidad-.

       Llegué a la casa y no sabía como transmitir ese mensaje a la pobre niña. Pero me armé de valor y en un momento en que estábamos solos; llamé a su habitación, pidiendo que saliera para hablar. Ella, sabía perfectamente que le iba a dar noticias sobre Carlo; por lo que vino a toda prisa, preguntando qué sucedía. Le confirmé que se iría a Suiza y que nada se podía hacer. Aún recuerdo su forma de gemir y de pedirme ayuda; ante lo que expresé que lo mejor era dejarle, porque no se trataba de una buena persona. Lloraba amargamente, mientras yo callaba la verdad; sin comentar que realmente no la quería y había jugado con ella. Se abrazó a mí, diciendo: -“Ayúdame, por favor; no puedo vivir sin él”- . No sabiendo qué hacer, ni qué añadir; la mantuve apretada sobre mi pecho. En ese momento, entró su madre y ella se separó rápidamente, intentando esconder el llanto (girando la cabeza). Pero su progenitora pronto comprendió que estaba sollozando. Aunque al ver mi camisa, completamente manchada por sus lágrimas; preguntó qué pasaba allí. Respondí que Carlo había dejado a su hija. Ante lo que esa mujer dijo: -“Ahora qué hacemos. Si ya no es virgen. ¿Con quién la casamos?”- . No sabiendo qué responder, añadí: - “Señora, ya solo hay Vírgenes en las iglesias y son de madera. Las de carne y hueso, están todas como esta niña”-. Entonces, ambas se miraron; se abrazaron y comenzaron a reír. Mientras lloraban, juntas.




SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dibujos míos de Madrid. Arriba, Casa de Correos (hoy Ayuntamiento); tinta y lápiz. Al lado, San Francisco el Grande (tinta y lápiz). Abajo, Palacio Real (bolígrafo y lápiz).








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos dibujos míos de Madrid. Al lado, el antiguo Hospicio; hoy Museo de la Villa. Abajo, la plaza de Canalejas.










11) La despedida:

         Terminé mi doctorado, que logré superar con nota; y en noviembre regresé a Madrid. Aunque me fue muy difícil irme de Bolonia, donde dejaba una parte de mí y una segunda familia. Sobre todo, un extraño sentimiento hacia aquella chica de las pulseras, que se había convertido en una de mis mejores amigas. Debido a ello, no me iba tranquilo de Italia, tras observar como la niña había caído en un profundo estado de tristeza; sin superar su noviazgo con Carlo. Decidiendo invitarla a pasar las Navidades con nosotros, en España; para animarla y que cambiase de ambiente. Comentando a sus padres, que le presentaría los mejores amigos míos, para ver si teníamos suerte y encontraba alguien que la sacase de ese estado.

            Fue así como llegó después de Noche Buena y la recogí en Barajas. Luego, la instalé en casa de mis padres y comencé a pasearla por la ciudad; poniéndola en contacto con unos y otros. Enseñando lo mejor de Madrid y llevándola también a Toledo, Ávila y Segovia. Hasta dimos una pequeña fiesta en su honor, para presentarle posibles pretendientes. Pero aquella chica, que antaño fue tan alegre y genial; ya no resucitaba. Habiéndose convertido en una persona triste y muy desconfiada con los hombres (sin querer conocer nuevos jóvenes). Tan solo hablaba conmigo y siempre de lo mismo; acerca de Carlo, preguntándose por qué le habría pasado eso. Consecuentemente, en sus casi diez días de estancia en Madrid; no hubo manera de que se recuperase y menos, que contactase con posibles novios. Por su parte; mi padre me decía: -“Mira, no te entiendo. No sé por qué tienes que presentarle a nadie. Es de las mujeres más guapas, educadas y encantadoras que he visto. Así que no comprendo qué te impide ligártela”-. Yo pensaba para mis adentros: -“Si tú supieras...”-.

           Pasaron los días y llegó la despedida; eran fechas de Reyes y me acerqué a una joyería de Madrid, para comprar a mi amiga un detalle. Allí vi una preciosa pulsera, lo que me pareció un tanto atrevido (como recuerdo). Aunque sabiendo que ella tenía un gran sentido del humor, no sentí miedo por regalársela. Ese día, la llevé de regreso hacia Barajas y tras despedirse de mis padres entró en el coche, recordando que todavía olía un poco a vino. Momento en el que aproveché para contar la historia de Úrsula. Esa austriaca que me había “potado” sobre la tapicería, un año y medio atrás; con tal borrachera, que los asientos seguían conteniendo ese aroma a bodega. Sonrió y me preguntó sobre ella; yo le contesté que “tampoco hubo nada”. En ese momento, para cambiar de tema, saqué el regalo que llevaba envuelto y se lo di. Lo abrió, vio que era una pulsera y leyó la tarjeta que llevaba sobre la caja; donde ponía: -“A la mujer que más feliz me hizo; por su gracia, su ingenio y su genio”-. Ante la escena, comenzó a reír, preguntándome si no me daba vergüenza hacer algo así.

         Nos miramos en medio de carcajadas, pero de pronto cesó nuestra alegría. Se me acercó y arranqué el coche, dando un tirón, para evitar que me besara. Le pedí perdón; pero a ella no le importó mi actitud y me cuestionó si quizá había existido amor entre nosotros. Se me saltaron las lágrimas, la tomé por una mano y le dije que no. Que el amor era una obsesión, una manía, una terrible enfermedad que afectaba el alma. Que nosotros, nos habíamos querido muchísimo; al igual que sentíamos una enorme atracción física. Pero el amor, era otra cosa; porque cuando miras al que amas, caes en un abismo; sin poder retroceder. Tanto, que solo al ver su foto, sientes una puñalada en el interior. Siendo un estado de locura permanente e irremediable. Donde nada se puede evitar y todo se produce fuera de nuestro control. Pero nosotros nos pudimos evitar; supimos cortar cuando queríamos. Yo lo hice en la azotea, aquella noche; y ella tantas veces como deseaba, mientras estaba frente a mí y en su casa.

           Se quedó muy pensativa. Luego preguntó por qué sabía yo tantas cosas sobre el amor; teniendo que contestar que se debía a un desengaño, vivido años antes. Tras el abandono de una novia, que todavía no había logrado superar. Por eso, no pude enamorarme de ella; porque cuando alguien te deja de ese modo, no solo te destroza interiormente; sino que -además- te impide querer a otros (atrapándote en su laberinto). Fue entonces cuando lo comprendió, afirmando que ya entendía lo que me sucedió en la azotea; y por qué salí de allí, sin hacer lo que me pedía. Pues ahora sentía lo mismo; no se podía enamorar de nadie, ni tener contacto; ya que solo pensaba en Carlo y de un modo obsesivo. Tras esas palabras, comenzó a llorar. Yo no supe contener mis lágrimas; tome su mano y se la besé.

           Llegamos así al aeropuerto, donde abrí la guantera del coche, para sacar unas gafas de Sol; porque sabía que aquel adiós iba a ser duro. Me las puse, pese a que estábamos a comienzos de enero y con ese aspecto de gangster, me dirigí hacia el mostrador; para chequear el billete y su equipaje. Cuando fuimos a la zona de embarque, ella me pidió un beso. Le dije que no, que si lo hacíamos, podía romperse la amistad de nuevo. Porque nosotros habíamos logrado algo más bello que el amor: Ser amigos y querernos, por encima de todo. Se abrazó a mí y volvió a llorar; yo no pude contenerme, de nuevo. Pero al notar mis gemidos; debió verse segura. Por lo que, levantando la cabeza (sonriendo, entre lágrimas) me miró y preguntó: -“¿Amigos?”-. No llegué ni a responderla; y antes de derrumbarme, me di la vuelta. Salí corriendo, huyendo de ella; sin querer girarme, porque no podía sentir tanta tristeza. Luego, de lejos, me volví y observé que me miraba. Sonrió, sacó la pulsera y se la puso en la muñeca; despidiéndose de mí con la mano, mientras lucía mi regalo en su brazo.



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos míos de Madrid. Arriba, Catedral de la Almudena. Abajo, zona posterior del Palacio Real.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Otros dos dibujos míos de la catedral de Toledo; ciudad donde el relato narra que el protagonista llevó a la “chica de las pulseras”.