AL LADO:
En la entrada de hoy vamos a explicar como adaptarse junto a los japoneses, para poder ir a tomar algo con ellos. Al menos, lo suficiente como para entendernos y saber estar, disfrutar de una cena o soltar alguna bobada que les distraiga.. En la foto que vemos (de hace bastantes años) estamos mi mujer y yo en casa de nuestro amigo el Sr. Kobuna. Sobre la mesa puede verse la complejidad de una cena japonesa, en la que se sirven al menos unos diez platos (por persona). Todo ello implica cocinar y preparar decenas de cosas diferentes, tanto que una invitación no puede resolverse con un aperitivillo, un segundo fuerte (carne o pescado ) y un postre que lo trae el que viene a cenar... . La verdad es que una cena japonesa es tan "barroca" como un chiste contado por un sevillano -que nunca se sabe cuando llega al final y siempre puede terminar de forma diferente a como lo oiste la vez anterior-.
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ABAJO: Mi cuñado -el
"hermanito nippón" que la vida me dió-, es una de las personas a las que
más le gusta la cocina japonesa. De cuantos conocí en este país, yo creo que
es el más japonés que he visto en mi vida (vamos, como si fuera un
andalúz y de Triana). Podría pasarse la vida comiendo cosas diferentes, pero
solo "de allí", y cocinando otras tantas -aunque cuando se mete entre pucheros
es temible, porque te obliga a tragar todo lo que se le ocure mezclar en ellos
(que en verdad es "más que mucho")-.
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Un
día, tras celebrar las honras fúnebres por su madre, decidió que aquel ambiente
era muy triste. Para animarlo se propuso emborrachar al "cura" (un sacerdote
budista); así y con el fin de animarle a beber comenzó a servir el sake más
caro que hay (HakkaiSan -para que lo comprendamos, como si fuera un
Vega Sicilia-). Aquel curilla no dejaba de pimplar una y otra copa, al
ver tan buen licor y fue tanto lo que bebió que pronto se sintió mal. Cuando
quiso levantarse para ir al baño a "mejorarse", ya no pudo... Nos echó "la pota"
encima de la mesa. Fue en ese momento cuando entendí que Japón era otra
civilización; nadie se inmutó, todos hicieron como si no hubiera pasado nada
y mi cuñado dijo a voz en grito: -"Por lo menos, ha sido un funeral alegre,
gracias a un cura tan simpático"-. En la foto podemos verle, a la nuestra
derecha y reflejado sobre un espejo, mientras sus hijos se prueban
kimonos. A la izquierda y de pie, mi mujer; bajo ella su hermana y
al lado, sus hijos reflejados en el probador.
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La
importancia de lo cultural es algo que nadie conoce hasta que se enfrenta
con otra civilización. Sabiendo entonces que el Mundo no es tal como te
han enseñado a pensarlo; ni menos como uno desea razonarlo, y siquiera como
querríamos imaginarlo. Porque la educación y el modo de ver la vida es algo que
se nos añade a nuestra epidermis, haciéndose una indesprendible parte de nuestra
piel. Muchos tratados japoneses hablan de "la piel" como un
concepto que se nos escapa, ya que para los occidentales solo puede relacionarse
con algo animal. Pues la dermis, entre nosotros, es un hecho que se asocia con
el pelaje, el abrigo y hasta con una muda (como realizan las sierpes); pero
nunca con un sentimiento humano y profundo. Muy por el contrario, en el lugar en
que antaño nacía el Sol, la piel está inmersa en el halo de su cultura, ya que
la epidermis es parte fundamental de lo que se siente como bello y sublime.
Ello, porque en Japón lo limpio, va unido a conceptos como la seda, la perla o
la madreperla; al mar, al agua y la pureza. Sin nada sexual; limpieza en el más
estricto sentido, habida cuenta que en su idioma "bello" y "limpio" es
una misma palabra: Kirie.
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Esta voz que
se asocia o se pronuncia igual a "señorío" en griego -"kyriee" ()- es un hecho que para un hispano se hace
incomprensible (al menos para mí) y así, en muchas ocasiones les he intentado
explicar que lo sucio puede contener belleza. Esta idea, les deja
asombrados, preguntándome: -"Una mujer sucia... ¿Cómo puede ser bella?"-. A lo
que he de contestarles que "en mi tierra, sí hay belleza entre lo que no es
limpio"; tanto que una de las expresiones de lo erótico puede estar en esa
"falta de lavado". Se sorprenden, pues para ellos la higiene es sinónimo de
lo bonito; tanto como para un occidental pueda serlo de la medicina. No
comprendiendo los japoneses una belleza que no sea limpia de rasgos, de formas,
de movimientos y veladuras. De la misma forma que a un europeo le sería
imposible entender un hospital con desconchones, churretes y manchas por
doquier. Y es que es así como entienden lo sublime, unido siempre a la
piel... y la piel a la seda, y la seda al agua.... y el agua a la espuma; y la
espuma al volcán. Volcán que fue dios, del que nacen las fuentes templadas y
medicinales en donde bañan su presente y su pasado.
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Entendiendo
ello, comencé a comprender cómo se sienten las diferentes culturas. Patrias,
civilizaciones o naciones de las que algunos dicen, se hallan
subconscientemente inmersas en los sabores de un lugar. Tanto que hay una teoría
que basa el nacionalismo y el patriotismo en esta causa, considerando que
aquellos que no son capaces de cruzar las fronteras -o de admitir otras
civilizaciones-, es porque no toleran otros sabores, ni otros olores (por
cierto; si esto es verdad, para mí que el Sr. Artur Más no ha comido más
que butifarras en toda su vida y quizás por ello le cuesta cruzar tanto el
Ebro).
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Nos pusimos
en la barra, junto a unos alemanes que habían pedido unas raciónes; entre
otras, de cigalas y de langostinos. Con gran sorpresa y sonrisa vimos que
aquellos germanos comían el marisco como el resto de las cosas:
Partiéndolo con cuchillo y tenedor; masticándolo sin pelarlo -trás cortarlo en
piezas semienteras y a bocados-. Nos miramos y el camarero nos sonrió; conocía
de sobra a mi padre que por allí iba mucho y con sorna y confianza nos
dijo: -"Menudos bestias. ¡Eh!. Se van a quedar si dentadura"-. Fue entonces
cuando mi padre (que hablaba perfectamente alemán) les intentó explicar que
los langostinos -y sobre todo las cigalas- había que pelarlos
antes de comerlos. A ellos (como buenos germanos) no les gustó que les
"dieran lecciones", pero tanta fue la insistencia que pelaron un langostino y lo
tragaron "como Dios manda" (sin cáscara). Tras ello, afirmaron que
el marisco estaba mucho más rico "al natural", y que al quitarle "lo de fuera"
perdía mucho sabor.
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Todos nos
quedamos sorprendidos; tanto que mi padre pidió una de langostinos para
probar si era verdad. Entre risas nos pusieron la ración, dándome a mi uno,
tomando él otro y obligando a comerse a menos así uno al que atendía la barra.
Habiendo que jamarse el langostino con cabeza y todo, sin pelarlo... . Lo
peor -lógicamente- era la parte de los bigotes y de la boca, que nos hacía a
poner cara de limones. Cuando estábamos en ello, riendo y comiendo de esa forma
el marisco, entró en el local el limpiabotas de la zona... . Nos vió
tragando los langostinos enteros (a los alemanes, a nosotros y al camarero) y
dió un grito como si hubiera visto al mismo Satán, diciendo: -"¿Pero es
que nos hemos vuelto todos locos?. ¡Será posible, comiendo gambas sin pelar!.
¡Vamos; eso no lo he visto yo ni a los perros...!"-.
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Los alemanes, muy asustados, preguntaron
por qué gritaba tanto ese hombrecillo de bata que entraba con una caja; a lo que
se les dijo que consideraba que eso de ingerir el marisco con cáscara era una
salvajada. Contestaron seriamente -algo molestos-, que la burrada y lo exagerado
era gritar así, como "el limpia" hacía; por muy divertido que considerase
hacernos chistes a voces... . Al fin y al cabo ellos habían pagado la ración y
se la comían como les venía en gana. Viendo que estaban incómodos, mi padre
intentó explicar a todos lo que pasaba, para que el camarero y el limpiabotas
dejaran de hacer chistes y de mostrar su sorna. Tras lo que, al sentirse
herido el de los zapatos, entredientes senteció: -"Pues cuando esta noche les dé
la peritonitis, se va a acordar... . Ya te lo digo yo, estos como sigan por aquí
muchos días se vuelven "pa" Alemania como mis betunes; en una caja de
pino."-. Preguntaron los germanos qué había dicho aquel "limpia", que parecía
tan divertido; solo pudieron explicarles que la frase "era una expresión
intraducible".
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Y ahora
pienso yo... Por qué se me habrá ocurrido mencionar esta anécdota... .
Recuerdo... . Era tan solo por explicar que una cultura y una
civilización es muy dificil de superar y de comprender. Tanto que yo me
planteo si no sucederá algo similr con lo que está pasando en España; una
cosa parecida a lo que ocurría en esa barra de La Quinta del Sordo.
En la que unos alemanes se ponían morados a marisco, que como lo pagaban
ellos, podía comerse con cáscara. Claro, que el limpiabotas tenía muchas razones
para advertir de que ello llegaba a provocar hasta peritonitis... . Y es que
España es un país muy, muy antiguo; lleno de problemas internos, que no
ha podido ni tener siquiera una Revolución Industrial, ni un pobre Siglo de
las Luces; aunque quizás por eso es la puerta hacia el Mediterráneo Sur y
a Iberoamérica (un país, donde muchos nos sentimos muy unidos a las culturas
orientales y a las más antiguas). De ello, que el que paga, aunque lo haga de
forma espléndida, aún debiera dejarse asesorar -aunque sea por un simple
limpiabotas...- . Puesto que "allí donde fueres; haz lo que
vieres":AL LADO:
Cuando uno va a Japón debe de hacer lo que vé; de tal modo, en algunos lugares pedir pan o tenedores, es como solicitar en España un poco de Washabi o de Shooga, para añadir en la comida. Lo mejor es adaptarse a lo que salga y si no nos gusta mucho, pensar que es un problema relacionado con nuestra falta de experiencia. Bastará recordar la vez primera que uno probó el queso de cabrales, las ostras o el caviar; para entender que los inicios nunca son "un momento de gloria". Lo mismo nos sucederá con gran parte de la comida japonesa, el problema está en conocer y dominar sus sabores. Es como cuando escuchamos música en una afinación distinta a la nuestra (que nos choca muchísimo). En la foto junto a estas lineas, estoy en los días que conocí Japón (hace ya casi cuarenta años); momento en que recuerdo como la comida me llamó la antención por no conocer ningún sabor, ni poder admitirla bien. Con el tiempo, es ya todo como si fueran fabadas y cocidos; donde a veces hay que separar un poco del "compango" (porque ha salido un poco fuertecilla la morcilla).
ABAJO: Junto a mi hermana -Ma.Teresa- en esos dias que fuí por primera vez a Japón; allí, para todos nosotros una de las sensaciones más fuertes fueron los sabores tan diferentes a los europeos. Hablamos de hace casi cuarenta años, cuando en España no había ningún restaurante asiático (lo más raro por aquel entonces yo creo que eran las pizzerias que en ese tiempo comenzaban a ponerse de moda...). Por lo que recién llegados a Tokio, nos fuimos a un restaurante totalmente japonés. Cada uno de nosotros pidió un plato-bandeja del menú y casi entre todos completamos la carta entera. Extrañados los empleados de local al vernos solicitar a unos platos tan diferentes, nos los trajeron y aquello fue un no parar de reir.
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Primero, no sabiendo usar los palillos, lo
único que vimos manejable (que se podía pinchar) era una bolita verde,
del tamaño de un huevo de paloma y que venía en todas las bandejas.
Comenzamos algunos la comida por allí y al meterlas en la boca, resultaron ser
las bolas de Washabi, terriblemente picantes -para mezclar un poquito en
cada plato-. Tras ingerir y tragarnos una "croqueta" entera del Washabi,
algunos comenzamos a llorar de picor y ardor de boca; mientras las camareras
lloraban de risa. Pidiendo agua y mil cosas, haciendo gestos para poder
quitarnos el dolor de lengua, conseguimos superar ese trance. Después recuerdo
que tomé una sopa de la que me preguntaron mis hermanas, qué era. Creí y
estaba seguro que estaba hecha con ojos de algo (pescado o de lo que
fuera) y por gestos intenté preguntar si se trataba de eso. Los pobres camareros
no podían parar de reirse cuando se dieron cuenta que pensábamos que la sopa
de algas era un caldo de ojos de pescado y la tomábamos tan
tranquilos... . Todo degeneró y terminó preguntando por gestos, si una cosa era
de allí o de aquí... (señalándonos a todas las partes del cuerpo). Una juerga
general en la que al final salimos a darnos una ducha, pues entre el calor, los
picores y lo poco ingerible, no había quien soportara comer allí.
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Hoy
vamos a tratar de adaptarnos y vivir mejor en "los japones"; para ello es
fundamental salir a beber y comer. En verdad, el asunto de "tomar algo" allí
por fortuna es fácil ya que en la mayoría de los restaurantes "rapidos"
nippones tienen en el escaparate reproducido -y en plástico- todo el
menú. Una costumbre que yo creí se trataba para extranjeros, pero no es así;
puesto que en cuaquier lugar del Japón podemos encontarnos con uno de
esos locales donde sirven comidas y en la fachada vemos en moldes de silicona
todos sus platos (a veces, hasta con humo simulado). Tanto, que hay una
verdadera industria de estas comidas hechas en plástico y que los dueños de los
pequeños locales ponen en las entradas del establecimiento. Como digo, en un
principio, creí que su función era la de permitirnos a los extraños ir hasta el
escaparate y señalar con el dedo el plato que a uno le apatecía comerse... .
Pero claro, ello era un argumento pobre y absurdo; entre otras cosas porque
cuando los vi por primera vez y cuando estaba más extendida esta costumbre, fue
hace veinte años; época en la que apenas había extranjeros. Finalmente deduje
que estas copias en silicona de las comidas, solo tienen como función abrir el
apetito a quienes pasan por delante... .
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De ello, que
sean tan comunes esos estantes plenos de comida en plástico, en zonas como
centros comerciales, estaciones o calles de paso. Por cierto; hé aquí quizás una
idea para un nuevo empresario en España: Ofrecer a los restaurantes,
réplicas en silicona de sus platos; algo que en áreas turísticas y de costa
seguro que puede tener éxito y ser de gran utilidad. No solo para abrir el
apetito, sino también para los que no sepan como son los platos y puedan verlos
o conocerlos de antemano. Pues evidentemente, no es lo mismo una foto de esas
que ponen en los menús; que las toquetean todos y que terminan perdiendo
el color y poniéndose pegajosas (tanto que hay veces que no se pueden ni separar
las hojas de una carta). Que estos moldes limpios en los que es imposible a
veces distinguir si realmente son alimentos, o siliconas. Tanto que yo
pienso que esta costumbre japonesa seguro que procede de antaño, cuando en
las casas de comida cocinaban y sacaban al exterior lo que había para
ofrecer a la clientela. Unos platos de muestra que posiblemente luego
quedaban para los dioses (o para los muertos -quizás para el mendigo-)
tal como el sintoismo manda hacer a diario.
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AL LADO:
Como decimos, en Japón es común que una gran mayoría de los restaurantes tengan en sus escaparates el muestrario de sus menús. He aquí una buena idea para montar una empresa en España; donde en las zonas de costa o de turismo, puede ser utilísimo que los extranjeros puedan ver los platos tal como son (y pedirlos simplemente señalándolos).
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Acerca de
estas situaciones, recuerdo un día -recien llegado a Japón, apenas con
treinta años, cargado de vergüenzas y complejos- que tuve una comida con la
familia de mi mujer. Entre ellos destacaba un "tío chistoso" (de los
que siempre hay...) que a mitad de la cena me agarró un michelín (como si
fuera un teta de cabra a la que se desea ordeñar) y pellizcando mis carnes -con
más fuerza que coge un billete un tacaño-, dijo a voces: -"Oye, esto que te
sobra, en tu país puede que sea de rico, pero aquí es de cerdo..."-.
Todos rieron y yo no sabía para donde mirar; por aquel entonces no había
comprendido que los japoneses en familia o cuando se toman dos copas,
tienen menos vergüenza que El Platanito cuando entraba a matar... .
Vamos, que a estos tíos que parecen todo protocolo y pleitesía, se les sirve una
copa y se ponen como motos; a decir y soltar chorradas, con las patas por lo
alto de la mesa y a burrear como niños. Algo que en plena cena o en mitad de una
comida a todos nos puede llamar la atención (más si es de negocios); pero como
dice el refrán: "A todo, uno se acostumbra". Una advertencia que les hago
-muy importante- es que si mientras come agachado en el suelo (como si fuera un
portero de Hockey), le tocan la barriguita y le dicen: "pollón, pollón".
No debe quedarse asustado ni pensar mal; es que "pollon, pollón" en
japonés significa "mullidito" y le están tratando con mucho cariño,
comentando que su tripa es como la de un osito ("pollón, pollón"... si es que la
propia expresión lo indica...).
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Otra cosa
muy importante es no "hacerle ascos" a nada y compartir todo como ellos y
con ellos. De lo contrario va a seguir siempre Ud. siendo un marciano. Pero
sobre todo, lo que tiene que compartir es el sentido del humor; lo peor en
Japón es no reirse, viene a ser como en Andalucía, donde lo que se
ve muy mal es ser un "tío sieso" (perdón por la expresión, pero es así
como se llama al antipático, pese a que "el sieso" sea parte "menos noble"). De
ello, aunque la broma sea muy pesada (como la de tirarle de los michelines, cual
si fueran ubres de una vaca suiza), si Ud. lo acepta, e incluso si contesta con
humor y con ingenio, va a ser admitido pronto. Así que, cada vez que en plena
moña a mí se me cuelga un japonés de las tetillas o de la tripa -cual
una chiva hace con su cabra madre- siempre me los quito de encima con una frase
y haciendo un chiste. Nunca se enfade de ello, la familiaridad en Japón
significa haberle admitido como si fuera uno de los suyos; enfadarse porque
pierdan la compostura, es como si nos peleáramos con un andaluz al intentar
sacarnos a bailar flamenco.AL LADO:
Una foto mía reciente: Así es como estoy ya, después de tantas comiditas con mi cuñado y compañía. Un detalle a ver, es el estado del pino japonés, pues se puede observar en la corteza que no tienen nada que ver con un árbol de los que conocemos, de la misma especie. Pese a ello, se trata de un pino común y de jardín, aunque el cuidado que llevan aquí los vegetales es minuciosísimo y muy laborioso. Vamos que si los observamos junto a los de los bosques de España, es como comparar a una actriz de Hollywood con un jotero de Cuenca.
ABAJO: Foto de mi amigo y compañero de empresa el Sr.Hagiwara (junto a un stand vendiendo olivos y aceites españoles). Este hombre, que era ya un moderno en su época y que conducía un Lottus hasta casi los setenta años (mientras canta Country a todas horas), ahora se nos ha hispanizado mucho. Entre otras cosas, cuando tomábamos unas copitas bromeaba con mis chichas y me las pellizcaba diciendo lo de "pollón-pollón". Le comenté que eso era muy feo en España, traduciendo su significado; para que no lo hiciera (al menos conmigo). Ahora es un "sinvivir" y cada vez que anda de copas está todo el día con lo del "pollón-pollón" bromeando a unos y a otros. Y es que a los japoneses "lo verde" les gusta más que a los andaluces. Los temas o chistes "verdes" se llaman "simóneta" (que significa "asunto de bajeras"). Cuando esté con un japonés, no olvide comentarle esa palabra (simóneta) y verá que cara de pillos se les pone.
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Por lo
tanto, cuando se siente a comer con ellos no tenga espíritu de extraño y
piense que está tapeando en alguna ciudad de España. De hecho, lo
que le van a servir en decenas de platitos son "tapas" y el ambiente que
desean crear es el mismo que se genera en una "reunioncilla" de amiguetes -de
cualquier bar o lugar en nuestro país-. Desde ese momento, verá qué pronto le
aceptan y hace relaciones (incluso negocios). Sobre todo si les suelta chistes y
hace bromas de "simóneta". Nunca ha plantearese lo que come o lo que le
rodea como algo ajeno; piense que para un inglés nada puede ser peor que unas
raciones de "callos", "manitas de cerdos", "mollejas", "riñoncitos", "sangre
encebollada", "criadillas" etc.etc. -y nosotros nos las comemos como
leones-. Así que sin miedo al Japón a hacer negocios (que por nuestras
tierras la cosa "está mu mal"). ¡Muchos ánimos y que no decaiga!.
AL LADO:
Mis padres comiendo con palillos en Japón, hacia el año 1965 cuando. Estuvieron allí al nombrarle comisionado europeo de la Unión Internacional de Arquitectos. A mi madre le encantaba Japón desde niña; mi abuela y la madre de mi abuela se vestían ya de japonesas con kimonos hace más de cien años (cuando la moda de Madame Butterfly -por cierto, nunca he comprendido por qué en inglés mariposa se dice "mantequilla voladora"...-). Por Japón terminé yo, no sé si por influencia de lo escuchado en mi casa; aunque sobre todo al encontrarme con mi mujer: Lo más excepcional que he visto en mi vida (y mira que he leido, visitado monumentos y visto mil cosas; pero nada es comparable con ella).
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ABAJO: Mis padres en
Japón, al representar a un Organismo de Naciones Unidas estaban
obligados a hacer vida "oficial". Entre otras cosas ello implicaba aceptar una
visita a una casa de Geishas, invitación del colegio de arquitectos
nippón. Mi madre se negó y dijo que "ni hablar", que ella era de origen
navarro y por mucho menos, allí se le daba al marido una zurra con el rodillo de
hacer pan... . Tras mucho "tira y afloja" consiguieron que en la casa de
geishas admitieran a cenar a mi madre (algo que consideraban bastante
extraño). Contaba ella, que tras entrar allí, la trataron como si fuera la
mascota; la pusieron en una mesa aparte -en la zona trasera y muy apartada-
mientras a mi padre y a los hombres los llevaron al centro. Allí les daban de
comer, les tocaban el samishén (1) y bailaban, haciéndoles monerías.
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Mientras tanto el enfado de mi madre iba
subiendo de tono, hasta que trajeron un gran plato de Ymari, lleno de lo
que parecían flores como hechas con comida -a imagen de un ramo realizado con
vegetales y trozos de shusi-. Cruzaba aquella bandeja de cerámica una rama de
pino, que de lado a lado hacía parecer que las flores salían de ella. Pasaron a
mi padre el plato y no se le ocurrió otra cosa más que coger la pinocha (al
pensar que las flores eran de adorno). Se la metió en la boca y allí estuvo
minutos masticándola mientras las geishas y los japoneses no paraban de
reirse... Era lo único no comestible y en verdad se trataba de un trozo de pino
allí puesto de adorno. Los niponnes no podían dejar de reir y mi padre (con su
orgullo asturiano) afirmaba que aquello estaba riquísimo. La cosa no terminó
allí, cogió otro trozo del pino y -ale- a comérselo, mientras decía que en su
tierra se desayunaban con eso. Mi madre ya enfadada de que hiciera bobadas, le
tomó por la mano y dijo aquello, de: "O dejas de hacer el tonto o te quedas
aquí". Parece ser que salió como un corderillo... Siempre afirmaba que aquel
trozo de pino estaba buenísimo y que le sentó fenomenal. Por su parte, mi madre,
pasó unos días rebotada (parece ser que estas son las imágenes de aquellos días
en que mi madre andaba "de morros" por Japón -como se puede ver-).Por cierto: Para el que haya pensado mal, diremos que el samishén es un instrumento de cuerda (parecido a la guitarra)
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