martes, 8 de enero de 2013

APRENDER JAPONËS EN UN MES SIN ESTRÉS (Capítulo IV: Donde fueres haz lo que vieres)

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AL LADO:
En la entrada de hoy vamos a explicar como adaptarse junto a los japoneses, para poder ir a tomar algo con ellos. Al menos, lo suficiente como para entendernos y saber estar, disfrutar de una cena o soltar alguna bobada que les distraiga.. En la foto que vemos (de hace bastantes años) estamos mi mujer y yo en casa de nuestro amigo el Sr. Kobuna. Sobre la mesa puede verse la complejidad de una cena japonesa, en la que se sirven al menos unos diez platos (por persona). Todo ello implica cocinar y preparar decenas de cosas diferentes, tanto que una invitación no puede resolverse con un aperitivillo, un segundo fuerte (carne o pescado ) y un postre que lo trae el que viene a cenar... . La verdad es que una cena japonesa es tan "barroca" como un chiste contado por un sevillano -que nunca se sabe cuando llega al final y siempre puede terminar de forma diferente a como lo oiste la vez anterior-.

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ABAJO: Mi cuñado -el "hermanito nippón" que la vida me dió-, es una de las personas a las que más le gusta la cocina japonesa. De cuantos conocí en este país, yo creo que es el más japonés que he visto en mi vida (vamos, como si fuera un andalúz y de Triana). Podría pasarse la vida comiendo cosas diferentes, pero solo "de allí", y cocinando otras tantas -aunque cuando se mete entre pucheros es temible, porque te obliga a tragar todo lo que se le ocure mezclar en ellos (que en verdad es "más que mucho")-.

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Un día, tras celebrar las honras fúnebres por su madre, decidió que aquel ambiente era muy triste. Para animarlo se propuso emborrachar al "cura" (un sacerdote budista); así y con el fin de animarle a beber comenzó a servir el sake más caro que hay (HakkaiSan -para que lo comprendamos, como si fuera un Vega Sicilia-). Aquel curilla no dejaba de pimplar una y otra copa, al ver tan buen licor y fue tanto lo que bebió que pronto se sintió mal. Cuando quiso levantarse para ir al baño a "mejorarse", ya no pudo... Nos echó "la pota" encima de la mesa. Fue en ese momento cuando entendí que Japón era otra civilización; nadie se inmutó, todos hicieron como si no hubiera pasado nada y mi cuñado dijo a voz en grito: -"Por lo menos, ha sido un funeral alegre, gracias a un cura tan simpático"-. En la foto podemos verle, a la nuestra derecha y reflejado sobre un espejo, mientras sus hijos se prueban kimonos. A la izquierda y de pie, mi mujer; bajo ella su hermana y al lado, sus hijos reflejados en el probador.




2)- LA CIVILIZACIÓN EN LA DERMIS:

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La importancia de lo cultural es algo que nadie conoce hasta que se enfrenta con otra civilización. Sabiendo entonces que el Mundo no es tal como te han enseñado a pensarlo; ni menos como uno desea razonarlo, y siquiera como querríamos imaginarlo. Porque la educación y el modo de ver la vida es algo que se nos añade a nuestra epidermis, haciéndose una indesprendible parte de nuestra piel. Muchos tratados japoneses hablan de "la piel" como un concepto que se nos escapa, ya que para los occidentales solo puede relacionarse con algo animal. Pues la dermis, entre nosotros, es un hecho que se asocia con el pelaje, el abrigo y hasta con una muda (como realizan las sierpes); pero nunca con un sentimiento humano y profundo. Muy por el contrario, en el lugar en que antaño nacía el Sol, la piel está inmersa en el halo de su cultura, ya que la epidermis es parte fundamental de lo que se siente como bello y sublime. Ello, porque en Japón lo limpio, va unido a conceptos como la seda, la perla o la madreperla; al mar, al agua y la pureza. Sin nada sexual; limpieza en el más estricto sentido, habida cuenta que en su idioma "bello" y "limpio" es una misma palabra: Kirie.

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Esta voz que se asocia o se pronuncia igual a "señorío" en griego -"kyriee" ()- es un hecho que para un hispano se hace incomprensible (al menos para mí) y así, en muchas ocasiones les he intentado explicar que lo sucio puede contener belleza. Esta idea, les deja asombrados, preguntándome: -"Una mujer sucia... ¿Cómo puede ser bella?"-. A lo que he de contestarles que "en mi tierra, sí hay belleza entre lo que no es limpio"; tanto que una de las expresiones de lo erótico puede estar en esa "falta de lavado". Se sorprenden, pues para ellos la higiene es sinónimo de lo bonito; tanto como para un occidental pueda serlo de la medicina. No comprendiendo los japoneses una belleza que no sea limpia de rasgos, de formas, de movimientos y veladuras. De la misma forma que a un europeo le sería imposible entender un hospital con desconchones, churretes y manchas por doquier. Y es que es así como entienden lo sublime, unido siempre a la piel... y la piel a la seda, y la seda al agua.... y el agua a la espuma; y la espuma al volcán. Volcán que fue dios, del que nacen las fuentes templadas y medicinales en donde bañan su presente y su pasado.

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Entendiendo ello, comencé a comprender cómo se sienten las diferentes culturas. Patrias, civilizaciones o naciones de las que algunos dicen, se hallan subconscientemente inmersas en los sabores de un lugar. Tanto que hay una teoría que basa el nacionalismo y el patriotismo en esta causa, considerando que aquellos que no son capaces de cruzar las fronteras -o de admitir otras civilizaciones-, es porque no toleran otros sabores, ni otros olores (por cierto; si esto es verdad, para mí que el Sr. Artur Más no ha comido más que butifarras en toda su vida y quizás por ello le cuesta cruzar tanto el Ebro).


Pasando todo ello a un caso que vi de niño y que me sirvió para entender lo que son las distintas culturas; recuerdo aún lo que me sucedió cuando tendría unos diez o doce años (esa edad en la que a uno se le graba todo en la "tábula rasa" -más aún si la que lleva en la cabeza es "tábula conglomerata et rasísima"-). Ocurrió en un mesón que se llamaba La Quinta del Sordo y sito a pocos metros de donde estaba el estudio de mi padre (en la calle de la Villa, junto a la Mayor de Madrid). Allí tenía por costumbre bajar mi progenitor -hacia las doce, con o sin clientes- para tomarse un piscolabis, repostar y luego seguir. Aquel día fui con él yo solo, debía ser una de esas fiestas colegiales y esa mañana me llevó a la Quinta del Sordo a tomar un el apertitivo, donde sucedió algo que nunca se me ha olvidado:

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Nos pusimos en la barra, junto a unos alemanes que habían pedido unas raciónes; entre otras, de cigalas y de langostinos. Con gran sorpresa y sonrisa vimos que aquellos germanos comían el marisco como el resto de las cosas: Partiéndolo con cuchillo y tenedor; masticándolo sin pelarlo -trás cortarlo en piezas semienteras y a bocados-. Nos miramos y el camarero nos sonrió; conocía de sobra a mi padre que por allí iba mucho y con sorna y confianza nos dijo: -"Menudos bestias. ¡Eh!. Se van a quedar si dentadura"-. Fue entonces cuando mi padre (que hablaba perfectamente alemán) les intentó explicar que los langostinos -y sobre todo las cigalas- había que pelarlos antes de comerlos. A ellos (como buenos germanos) no les gustó que les "dieran lecciones", pero tanta fue la insistencia que pelaron un langostino y lo tragaron "como Dios manda" (sin cáscara). Tras ello, afirmaron que el marisco estaba mucho más rico "al natural", y que al quitarle "lo de fuera" perdía mucho sabor.

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Todos nos quedamos sorprendidos; tanto que mi padre pidió una de langostinos para probar si era verdad. Entre risas nos pusieron la ración, dándome a mi uno, tomando él otro y obligando a comerse a menos así uno al que atendía la barra. Habiendo que jamarse el langostino con cabeza y todo, sin pelarlo... . Lo peor -lógicamente- era la parte de los bigotes y de la boca, que nos hacía a poner cara de limones. Cuando estábamos en ello, riendo y comiendo de esa forma el marisco, entró en el local el limpiabotas de la zona... . Nos vió tragando los langostinos enteros (a los alemanes, a nosotros y al camarero) y dió un grito como si hubiera visto al mismo Satán, diciendo: -"¿Pero es que nos hemos vuelto todos locos?. ¡Será posible, comiendo gambas sin pelar!. ¡Vamos; eso no lo he visto yo ni a los perros...!"-.

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Los alemanes, muy asustados, preguntaron por qué gritaba tanto ese hombrecillo de bata que entraba con una caja; a lo que se les dijo que consideraba que eso de ingerir el marisco con cáscara era una salvajada. Contestaron seriamente -algo molestos-, que la burrada y lo exagerado era gritar así, como "el limpia" hacía; por muy divertido que considerase hacernos chistes a voces... . Al fin y al cabo ellos habían pagado la ración y se la comían como les venía en gana. Viendo que estaban incómodos, mi padre intentó explicar a todos lo que pasaba, para que el camarero y el limpiabotas dejaran de hacer chistes y de mostrar su sorna. Tras lo que, al sentirse herido el de los zapatos, entredientes senteció: -"Pues cuando esta noche les dé la peritonitis, se va a acordar... . Ya te lo digo yo, estos como sigan por aquí muchos días se vuelven "pa" Alemania como mis betunes; en una caja de pino."-. Preguntaron los germanos qué había dicho aquel "limpia", que parecía tan divertido; solo pudieron explicarles que la frase "era una expresión intraducible".

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Y ahora pienso yo... Por qué se me habrá ocurrido mencionar esta anécdota... . Recuerdo... . Era tan solo por explicar que una cultura y una civilización es muy dificil de superar y de comprender. Tanto que yo me planteo si no sucederá algo similr con lo que está pasando en España; una cosa parecida a lo que ocurría en esa barra de La Quinta del Sordo. En la que unos alemanes se ponían morados a marisco, que como lo pagaban ellos, podía comerse con cáscara. Claro, que el limpiabotas tenía muchas razones para advertir de que ello llegaba a provocar hasta peritonitis... . Y es que España es un país muy, muy antiguo; lleno de problemas internos, que no ha podido ni tener siquiera una Revolución Industrial, ni un pobre Siglo de las Luces; aunque quizás por eso es la puerta hacia el Mediterráneo Sur y a Iberoamérica (un país, donde muchos nos sentimos muy unidos a las culturas orientales y a las más antiguas). De ello, que el que paga, aunque lo haga de forma espléndida, aún debiera dejarse asesorar -aunque sea por un simple limpiabotas...- . Puesto que "allí donde fueres; haz lo que vieres":



AL LADO:
Cuando uno va a Japón debe de hacer lo que vé; de tal modo, en algunos lugares pedir pan o tenedores, es como solicitar en España un poco de Washabi o de Shooga, para añadir en la comida. Lo mejor es adaptarse a lo que salga y si no nos gusta mucho, pensar que es un problema relacionado con nuestra falta de experiencia. Bastará recordar la vez primera que uno probó el queso de cabrales, las ostras o el caviar; para entender que los inicios nunca son "un momento de gloria". Lo mismo nos sucederá con gran parte de la comida japonesa, el problema está en conocer y dominar sus sabores. Es como cuando escuchamos música en una afinación distinta a la nuestra (que nos choca muchísimo). En la foto junto a estas lineas, estoy en los días que conocí Japón (hace ya casi cuarenta años); momento en que recuerdo como la comida me llamó la antención por no conocer ningún sabor, ni poder admitirla bien. Con el tiempo, es ya todo como si fueran fabadas y cocidos; donde a veces hay que separar un poco del "compango" (porque ha salido un poco fuertecilla la morcilla).

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ABAJO:
Junto a mi hermana -Ma.Teresa- en esos dias que fuí por primera vez a Japón; allí, para todos nosotros una de las sensaciones más fuertes fueron los sabores tan diferentes a los europeos. Hablamos de hace casi cuarenta años, cuando en España no había ningún restaurante asiático (lo más raro por aquel entonces yo creo que eran las pizzerias que en ese tiempo comenzaban a ponerse de moda...). Por lo que recién llegados a Tokio, nos fuimos a un restaurante totalmente japonés. Cada uno de nosotros pidió un plato-bandeja del menú y casi entre todos completamos la carta entera. Extrañados los empleados de local al vernos solicitar a unos platos tan diferentes, nos los trajeron y aquello fue un no parar de reir.

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Primero, no sabiendo usar los palillos, lo único que vimos manejable (que se podía pinchar) era una bolita verde, del tamaño de un huevo de paloma y que venía en todas las bandejas. Comenzamos algunos la comida por allí y al meterlas en la boca, resultaron ser las bolas de Washabi, terriblemente picantes -para mezclar un poquito en cada plato-. Tras ingerir y tragarnos una "croqueta" entera del Washabi, algunos comenzamos a llorar de picor y ardor de boca; mientras las camareras lloraban de risa. Pidiendo agua y mil cosas, haciendo gestos para poder quitarnos el dolor de lengua, conseguimos superar ese trance. Después recuerdo que tomé una sopa de la que me preguntaron mis hermanas, qué era. Creí y estaba seguro que estaba hecha con ojos de algo (pescado o de lo que fuera) y por gestos intenté preguntar si se trataba de eso. Los pobres camareros no podían parar de reirse cuando se dieron cuenta que pensábamos que la sopa de algas era un caldo de ojos de pescado y la tomábamos tan tranquilos... . Todo degeneró y terminó preguntando por gestos, si una cosa era de allí o de aquí... (señalándonos a todas las partes del cuerpo). Una juerga general en la que al final salimos a darnos una ducha, pues entre el calor, los picores y lo poco ingerible, no había quien soportara comer allí.




3)- "DONDE FUERES, HAZ LO QUE VIERES":

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Hoy vamos a tratar de adaptarnos y vivir mejor en "los japones"; para ello es fundamental salir a beber y comer. En verdad, el asunto de "tomar algo" allí por fortuna es fácil ya que en la mayoría de los restaurantes "rapidos" nippones tienen en el escaparate reproducido -y en plástico- todo el menú. Una costumbre que yo creí se trataba para extranjeros, pero no es así; puesto que en cuaquier lugar del Japón podemos encontarnos con uno de esos locales donde sirven comidas y en la fachada vemos en moldes de silicona todos sus platos (a veces, hasta con humo simulado). Tanto, que hay una verdadera industria de estas comidas hechas en plástico y que los dueños de los pequeños locales ponen en las entradas del establecimiento. Como digo, en un principio, creí que su función era la de permitirnos a los extraños ir hasta el escaparate y señalar con el dedo el plato que a uno le apatecía comerse... . Pero claro, ello era un argumento pobre y absurdo; entre otras cosas porque cuando los vi por primera vez y cuando estaba más extendida esta costumbre, fue hace veinte años; época en la que apenas había extranjeros. Finalmente deduje que estas copias en silicona de las comidas, solo tienen como función abrir el apetito a quienes pasan por delante... .

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De ello, que sean tan comunes esos estantes plenos de comida en plástico, en zonas como centros comerciales, estaciones o calles de paso. Por cierto; hé aquí quizás una idea para un nuevo empresario en España: Ofrecer a los restaurantes, réplicas en silicona de sus platos; algo que en áreas turísticas y de costa seguro que puede tener éxito y ser de gran utilidad. No solo para abrir el apetito, sino también para los que no sepan como son los platos y puedan verlos o conocerlos de antemano. Pues evidentemente, no es lo mismo una foto de esas que ponen en los menús; que las toquetean todos y que terminan perdiendo el color y poniéndose pegajosas (tanto que hay veces que no se pueden ni separar las hojas de una carta). Que estos moldes limpios en los que es imposible a veces distinguir si realmente son alimentos, o siliconas. Tanto que yo pienso que esta costumbre japonesa seguro que procede de antaño, cuando en las casas de comida cocinaban y sacaban al exterior lo que había para ofrecer a la clientela. Unos platos de muestra que posiblemente luego quedaban para los dioses (o para los muertos -quizás para el mendigo-) tal como el sintoismo manda hacer a diario.

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AL LADO:
Como decimos, en Japón es común que una gran mayoría de los restaurantes tengan en sus escaparates el muestrario de sus menús. He aquí una buena idea para montar una empresa en España; donde en las zonas de costa o de turismo, puede ser utilísimo que los extranjeros puedan ver los platos tal como son (y pedirlos simplemente señalándolos).

ABAJO: Una de las cosas más incómodas o difíciles para un occidental es comer en el suelo; a todo se acostumbra uno... . Foto, en casa de mi suegra, disfrutando de un Suki-yaki (cocinado en el centro de la mesa). Efectivamente, a la izquierda -donde no hay nadie- esta mi sitio. Allí puede verse una bebida que a todos recomiendo y es muy divertida; se llama "Chu-Hi", compuesta de "Sochu" y pomelo, naranja u otros (por cierto, el sochu es el aguardiente de arroz, es buenísimo; está mucho mejor que el sake -al menos para mi gusto-)




Tal como decimos, si hay algo terrible es comer en el tatami (sobre el suelo), es peor que hacerlo con las maletas encima de las piernas, o en un avión y con dos gordos de concurso sentados a los lados. Si no lo creen, pruébenlo un momentito y sientense en la alfombra; luego se sirven una fabada y la degustan allí. Verán como a la tercera cucharada no les entra en el estómago ni el caldo; ahora entenderán por qué son tan delgados los japoneses... . Entre el esfuerzo de levantarse y sentarse en el suelo; el de comer sobre el tatami y el horario de trabajo, toda la grasa se la dejan a los del Sumo. Algo que a mí -personalmente- me resulta más que complicado, pues estar gordo en Japón viene a ser como tener una talla que se corresponde con la de famélico en Asturias (de donde es mi familia paterna y de donde procede la voz "fame"). De ello, hay que plantearse muchas veces para adaptarse a Japón, vivir como en "Liliput" y ser un enorme desproporcionado. Eso sí, si es Ud. hombre y le llaman gordo, debe siempre de contestarles que tiene todo igual de "grande"; ello le reportará mucho "prestigio" e infinidad de amistades (sobre todo femeninas).

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Acerca de estas situaciones, recuerdo un día -recien llegado a Japón, apenas con treinta años, cargado de vergüenzas y complejos- que tuve una comida con la familia de mi mujer. Entre ellos destacaba un "tío chistoso" (de los que siempre hay...) que a mitad de la cena me agarró un michelín (como si fuera un teta de cabra a la que se desea ordeñar) y pellizcando mis carnes -con más fuerza que coge un billete un tacaño-, dijo a voces: -"Oye, esto que te sobra, en tu país puede que sea de rico, pero aquí es de cerdo..."-. Todos rieron y yo no sabía para donde mirar; por aquel entonces no había comprendido que los japoneses en familia o cuando se toman dos copas, tienen menos vergüenza que El Platanito cuando entraba a matar... . Vamos, que a estos tíos que parecen todo protocolo y pleitesía, se les sirve una copa y se ponen como motos; a decir y soltar chorradas, con las patas por lo alto de la mesa y a burrear como niños. Algo que en plena cena o en mitad de una comida a todos nos puede llamar la atención (más si es de negocios); pero como dice el refrán: "A todo, uno se acostumbra". Una advertencia que les hago -muy importante- es que si mientras come agachado en el suelo (como si fuera un portero de Hockey), le tocan la barriguita y le dicen: "pollón, pollón". No debe quedarse asustado ni pensar mal; es que "pollon, pollón" en japonés significa "mullidito" y le están tratando con mucho cariño, comentando que su tripa es como la de un osito ("pollón, pollón"... si es que la propia expresión lo indica...).

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Otra cosa muy importante es no "hacerle ascos" a nada y compartir todo como ellos y con ellos. De lo contrario va a seguir siempre Ud. siendo un marciano. Pero sobre todo, lo que tiene que compartir es el sentido del humor; lo peor en Japón es no reirse, viene a ser como en Andalucía, donde lo que se ve muy mal es ser un "tío sieso" (perdón por la expresión, pero es así como se llama al antipático, pese a que "el sieso" sea parte "menos noble"). De ello, aunque la broma sea muy pesada (como la de tirarle de los michelines, cual si fueran ubres de una vaca suiza), si Ud. lo acepta, e incluso si contesta con humor y con ingenio, va a ser admitido pronto. Así que, cada vez que en plena moña a mí se me cuelga un japonés de las tetillas o de la tripa -cual una chiva hace con su cabra madre- siempre me los quito de encima con una frase y haciendo un chiste. Nunca se enfade de ello, la familiaridad en Japón significa haberle admitido como si fuera uno de los suyos; enfadarse porque pierdan la compostura, es como si nos peleáramos con un andaluz al intentar sacarnos a bailar flamenco.


AL LADO:
Una foto mía reciente: Así es como estoy ya, después de tantas comiditas con mi cuñado y compañía. Un detalle a ver, es el estado del pino japonés, pues se puede observar en la corteza que no tienen nada que ver con un árbol de los que conocemos, de la misma especie. Pese a ello, se trata de un pino común y de jardín, aunque el cuidado que llevan aquí los vegetales es minuciosísimo y muy laborioso. Vamos que si los observamos junto a los de los bosques de España, es como comparar a una actriz de Hollywood con un jotero de Cuenca.


ABAJO:
Foto de mi amigo y compañero de empresa el Sr.Hagiwara (junto a un stand vendiendo olivos y aceites españoles). Este hombre, que era ya un moderno en su época y que conducía un Lottus hasta casi los setenta años (mientras canta Country a todas horas), ahora se nos ha hispanizado mucho. Entre otras cosas, cuando tomábamos unas copitas bromeaba con mis chichas y me las pellizcaba diciendo lo de "pollón-pollón". Le comenté que eso era muy feo en España, traduciendo su significado; para que no lo hiciera (al menos conmigo). Ahora es un "sinvivir" y cada vez que anda de copas está todo el día con lo del "pollón-pollón" bromeando a unos y a otros. Y es que a los japoneses "lo verde" les gusta más que a los andaluces. Los temas o chistes "verdes" se llaman "simóneta" (que significa "asunto de bajeras"). Cuando esté con un japonés, no olvide comentarle esa palabra (simóneta) y verá que cara de pillos se les pone.




Como decíamos, es muy importante incorporarse a su vida y a su forma de ver las cosas; algo que para los españoles no es muy difícil por nuestra proximidad al mundo oriental (desde Fenicia a Tartessos y de "la madre Grecia" a nuestro sentido Andalusí). De ello, lo peor que Ud. puede sentirse en Japón, es extranjero; así que lo mejor es pensar que Ud. está en una zona orientalizante de España -como Almería, Granada o Sevilla-. De ese modo, en dos días conseguirá adaptarse, si simplemente los ve como españoles del Sur. Comprenderá entonces pronto por qué comen de tapas (ellos lo ponen todo en platitos pequeños), por qué les gusta pimplar y contar chistes a todas horas, por qué se ríen hasta de su sombra; por qué les emociona el arte de la música o la danza y hasta por qué allí ser un relimipio es más que necesario. Puesto que son de los que barren las entradas de sus casas, friegan el portal con las aceras y hasta limpian en mando a distancia de la T.V. -cosa que como yo soy bastante cerdo, pues se me hace inexplicable-. Por o demás, su sentido religioso igualmente lo entenderá si piensa Ud. que se halla en Córdoba o en Málaga; donde todavía se va mensualmente a limpiar y arreglar las tumbas de los familiares y donde se tiene en casa su templecillo para rezar. Con lo que le recomiendo pensar cuando llegue a Japón, se habrá Ud. ahorrado muchos quebraderos de cabeza, entendiendo a la primera lo que otros europeos tardan años en comprender.

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Por lo tanto, cuando se siente a comer con ellos no tenga espíritu de extraño y piense que está tapeando en alguna ciudad de España. De hecho, lo que le van a servir en decenas de platitos son "tapas" y el ambiente que desean crear es el mismo que se genera en una "reunioncilla" de amiguetes -de cualquier bar o lugar en nuestro país-. Desde ese momento, verá qué pronto le aceptan y hace relaciones (incluso negocios). Sobre todo si les suelta chistes y hace bromas de "simóneta". Nunca ha plantearese lo que come o lo que le rodea como algo ajeno; piense que para un inglés nada puede ser peor que unas raciones de "callos", "manitas de cerdos", "mollejas", "riñoncitos", "sangre encebollada", "criadillas" etc.etc. -y nosotros nos las comemos como leones-. Así que sin miedo al Japón a hacer negocios (que por nuestras tierras la cosa "está mu mal"). ¡Muchos ánimos y que no decaiga!.


AL LADO:
Mis padres comiendo con palillos en Japón, hacia el año 1965 cuando. Estuvieron allí al nombrarle comisionado europeo de la Unión Internacional de Arquitectos. A mi madre le encantaba Japón desde niña; mi abuela y la madre de mi abuela se vestían ya de japonesas con kimonos hace más de cien años (cuando la moda de Madame Butterfly -por cierto, nunca he comprendido por qué en inglés mariposa se dice "mantequilla voladora"...-). Por Japón terminé yo, no sé si por influencia de lo escuchado en mi casa; aunque sobre todo al encontrarme con mi mujer: Lo más excepcional que he visto en mi vida (y mira que he leido, visitado monumentos y visto mil cosas; pero nada es comparable con ella).

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ABAJO: Mis padres en Japón, al representar a un Organismo de Naciones Unidas estaban obligados a hacer vida "oficial". Entre otras cosas ello implicaba aceptar una visita a una casa de Geishas, invitación del colegio de arquitectos nippón. Mi madre se negó y dijo que "ni hablar", que ella era de origen navarro y por mucho menos, allí se le daba al marido una zurra con el rodillo de hacer pan... . Tras mucho "tira y afloja" consiguieron que en la casa de geishas admitieran a cenar a mi madre (algo que consideraban bastante extraño). Contaba ella, que tras entrar allí, la trataron como si fuera la mascota; la pusieron en una mesa aparte -en la zona trasera y muy apartada- mientras a mi padre y a los hombres los llevaron al centro. Allí les daban de comer, les tocaban el samishén (1) y bailaban, haciéndoles monerías.

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Mientras tanto el enfado de mi madre iba subiendo de tono, hasta que trajeron un gran plato de Ymari, lleno de lo que parecían flores como hechas con comida -a imagen de un ramo realizado con vegetales y trozos de shusi-. Cruzaba aquella bandeja de cerámica una rama de pino, que de lado a lado hacía parecer que las flores salían de ella. Pasaron a mi padre el plato y no se le ocurrió otra cosa más que coger la pinocha (al pensar que las flores eran de adorno). Se la metió en la boca y allí estuvo minutos masticándola mientras las geishas y los japoneses no paraban de reirse... Era lo único no comestible y en verdad se trataba de un trozo de pino allí puesto de adorno. Los niponnes no podían dejar de reir y mi padre (con su orgullo asturiano) afirmaba que aquello estaba riquísimo. La cosa no terminó allí, cogió otro trozo del pino y -ale- a comérselo, mientras decía que en su tierra se desayunaban con eso. Mi madre ya enfadada de que hiciera bobadas, le tomó por la mano y dijo aquello, de: "O dejas de hacer el tonto o te quedas aquí". Parece ser que salió como un corderillo... Siempre afirmaba que aquel trozo de pino estaba buenísimo y que le sentó fenomenal. Por su parte, mi madre, pasó unos días rebotada (parece ser que estas son las imágenes de aquellos días en que mi madre andaba "de morros" por Japón -como se puede ver-).



(1)
Por cierto: Para el que haya pensado mal, diremos que el samishén es un instrumento de cuerda (parecido a la guitarra)

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